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Lo conocí a Alcibíades Larrosa cuando la Federación de Entidades Culturales y Tradicionalistas de Entre Ríos organizaba un homenaje a los heroicos defensores de Paysandú.
Director de Cultura de Colón, aportó elementos imprescindibles para realizar aquél acto tan maravilloso, necesario homenaje de quienes habían dado su vida por la dignidad de su patria y defensa de políticas de unión americana.

En Paysandú Larrosa se movía como pez en el agua con el secretario del Intendente Jorge Larrañaga, Jorge Estefanel, y el Director de Cultura, Lombardini. Uno no podía sustraerse a la simpatía que irradiaba, el entusiasmo contagioso con que había emprendido aquel proyecto.
Nuevamente su celo de funcionario idóneo y eficiente estuvo presente en el homenaje que Entre Ríos, a través de la ciudad de Colón, ofreció al destacado poeta oriental Osiris Rodríguez Castillo; y trabajó en aquella Patria Gaucha de Tacuarembó, en quen llegamos con un camión que era más bien “un milagro” al decir del Nene Porcile; y los jinetes gringos de Nogoyá que se llevaron todos los premios.
Larrosa, con su voz nítida y grave, con su sonrisa amplia y espontánea, el abrazo “como para juntar pollos” o apretón de manos sincero, exteriorizaba su pureza de alma, transparencia en sus actos, honestidad inclaudicable, cálida e invariable amistad. La maldad, ni la envidia, ni la mediocridad jamás ensuciaron su alma, incapaz de expresar una bajeza, un rencor, ni siquiera una expresión soez, no obstante haber sufrido desengaños y haber probado el sabor amargo de la deslealtad o el desagradecimiento. Atento, galante y de contagiosa simpatía con todo el que se le acercaba, siempre parejo.
Tenía la virtud de saber observar y valorar la belleza en las personas y en la naturaleza. Bondadoso y suave en el trato, se brindaba por entero a toda obra noble. Era un placer escuchar sus reflexiones, sencillas, atinadas, llenas de sentido común. Amaba entrañablemente a su Patria, deteniéndose en Entre Ríos, pero muy especialmente en Colón y Paysandú, donde había transcurrido casi toda su vida. Era una fiesta escuchar sus andanzas por Tucumán, Salta, Jujuy y el Altiplano, sus anécdotas, algunas pícaras, con los grandes del folklore.

Hablaba de “la Gringa”, Susana, su compañera de toda la vida, con amor y respeto, admirando su tesón, deslizando de vez en cuando un comentario risueño.

Los que lo conocimos, que guardamos en el arcón de los recuerdos tantas andanzas en su compañía, extrañaremos siempre su figura, su andar ágil al encuentro del amigo, su saludo, su abrazo, el timbre de su voz y su gran sonrisa, su optimismo esperanzador, su alegría de vivir.
Pero siempre estará presente, a nuestro lado, inseparable, y nuevamente nos parecerá volver a oír su risa franca, el comentario atinado y alegre, su admiración ante las cosas bellas, y el ejemplo de su vida plena de bondad y sencillez.

Alcibíades Larrosa no se ha ido, se quedó con nosotros, porque es la clase de personas que jamás se van, porque para ellas no existe el olvido.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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