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En nuestras ciudades y pueblos provincianos de antaño, era habitual que la presencia policial, ya en la noche cerrada, hiciera escuchar en sus calles el silbido intermitente, prolongado aunque no estridente, de los silbatos de los agentes que se encontraban ubicados en diversas esquinas de cada poblado y que de esa manera advertían no solo que no estaban dormidos, sino que no había novedad.

Acompañado ese sonido por el del repiqueteo de las herraduras de los caballos en que, otros policías, efectuaban sucesivas rondas por esas mismas calles, con el objeto de dar con su presencia tranquilidad al vecindario ya recogido, no solo en sus hogares sino también en sus lechos.

Ahora se hacen ver automóviles patrulleros con su testa coronada por una sinfonía de luminarias, haciendo lo mismo tanto de noche como de día, aunque con una periodicidad más azarosa. Algo que sucede igual con motocicletas, conducidas también por agentes con el casco bien encajado, que impide establecer hasta qué punto está atenta la mirada, no ya a otro vehículo que conduzca delante suyo, sino a lo que suceda a su alrededor.

Una pregunta impertinente, en la medida que es fruto de la ignorancia, que no resisto a no hacérmela a viva voz, es la de si esas recorridas en auto o en moto no podrían llevarse a cabo por policías en bicicleta, con lo que al menos, en mi caso, supongo que permitiría una mejor vigilancia dado el andar más moroso de este medio de traslación, al mismo tiempo que daría ocasión a quienes así lo hacen de mantener un buen estado físico.

Algo así en este último caso, como hacer realidad el sueño del pibe, aunque debería haber dicho del gurí. Ya que como se sabe nuestros chiquilines no son ni pibes, ni botijas, al menos en lo que hace a la manera de nombrarlos. Sueño del pibe, decía, ya que se hace gimnasia mientras se trabaja, o lo que es casi lo mismo, se utiliza el tiempo de trabajo para mover los músculos y achicar la panza de una manera placentera.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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