Aunque no se sabe hasta qué punto quedará marcado Irma como nombre. Como consecuencia del catastrófico fenómeno del que no quedó prácticamente nadie sin enterarse. Y al que se lo banalizó, al verlo casi en directo, mientras se desayunaba, se almorzaba o se cenaba, como si se tratara de un partido de fútbol.
Mientras quedaban muchas preguntas sin responder y, lo más grave, sin siquiera formular. Como hasta donde todos estos frecuentes azotes tienen que ver con el cambio climático. El mismo que Donald Trump tiene por un cuento chino. Y los chinos tan solo por un cuento. O si alguien prestó atención a que existe una isla llamada Barbuda, la buscó en un mapa y curioseó acerca de sus maltratados habitantes. O, mirando más cerca, no ya solo se acordó de las alcantarillas sin destapar, o de las cunetas rotas, y de las ubérrimas tierras de nuestro país cubiertas de agua, sobre todo por la delictiva omisión de los gobernantes, cuando no por la despreocupación de los llamados desarrolladores urbanos.