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La corrupción parece moneda corriente en estos tiempos. A cada momento un nuevo caso nos sorprende o nos angustia, como si no tuviéramos salida. De ese problema nos ocupábamos hace una semana en esta columna. Pero no siempre nuestro mundo político ha girado en torno de esa degradación humana. Hoy intentaremos mostrar la otra cara.

Vicente del Castillo, ciudadano de activa participación en el período de la organización nacional, llegó a poner sus bienes al servicio de la Nación y la Provincia. Y los perdió.

Oriundo de Paraná, donde nació en 1809, Del Castillo fue diputado provincial. El presidente Urquiza lo designó al frente del Ministerio de Hacienda de la Confederación Argentina. Era un hombre de fortuna, con numerosas propiedades rurales. En un momento de crisis de las finanzas nacionales, respaldó al Estado con su patrimonio personal hipotecándose a su favor la casa de gobierno, situada entonces frente a la plaza 1° de Mayo de Paraná.

Cuando Mitre llegó a la presidencia desconoció la hipoteca en forma unilateral y la derogó. En consecuencia Del Castillo debió entregar sus propiedades a los acreedores del Estado. Al perder todos sus bienes quedó en la pobreza, dedicándose con gran dignidad a la enseñanza particular mediante la creación de una escuela privada.

Pascual Echagüe, general y doctor en teología, gobernó Entre Ríos entre 1832 y 1841. Su gestión restableció el orden provincial, alterado por seis años de anarquía interna en los que se sucedieron doce gobernadores. De ahí la distinción de “Ilustre restaurador del sosiego público” que la Legislatura le otorgó en 1837. Desarrolló una fecunda acción de gobierno a pesar de los frecuentes choques con las fuerzas unitarias de Berón de Astrada, Rivera, Lavalle y Paz, hasta la derrota de Caá Guazú, en 1841. El contraste precipitó su alejamiento, designándose en su lugar al general Urquiza que de este modo inició su prolongada hegemonía política.

Al votar el reemplazo de Echagüe, la Legislatura le asignó una compensación de 200 pesos mensuales por el resto de su vida y designó capitán de artillería a su hijo Leónidas. Ambos beneficios fueron rechazados. Insistió la Legislatura mediante otra medida por la cual la Provincia se comprometía a costear los estudios del joven, ya fuere en nuestro país o en Europa y también Echagüe desechó el favor oficial.

Ramón Febre era un hombre ilustrado, de vasta cultura, distinguido en la actividad política por su entereza y honradez. Nació en Victoria en 1833 y estudió derecho en Córdoba. En Entre Ríos fue diputado, ministro y gobernador entre 1875 y 1879. Durante su mandato se desarrolló una intensa política de colonización que incluyó la primera inmigración de alemanes del Volga y la fundación de Colonia Alvear, departamento Diamante.

Ocupó luego una banca en el Senado de la Nación, pero por poco tiempo, pues tuvo disidencias con su amigo el presidente Roca. La amistad entre ambos no impidió a Febre cuestionar a Roca por algunas medidas de éste. En acto de protesta Febre renunció a su banca y se retiró de la política.

Dijo “nunca más” y lo cumplió.

Enrique Berduc, hombre tenaz, batallador, estudioso y de generoso espíritu, consolidó una posición política y económica importante. Al morir le devolvió al pueblo de su provincia el patrimonio que en su vida supo reunir. Nació en 1855 en Paraná, ciudad donde cursó estudios, pero en realidad su formación respondió a un persistente esfuerzo personal que lo llevó a capacitarse mediante lecturas y consultas, hasta especializarse en temas económicos. Fue diputado provincial e intendente de Paraná, cumpliendo una fecunda tarea en un período de sostenido crecimiento de la ciudad. Asumió luego como diputado nacional y más tarde fue ministro de Hacienda del presidente Roca y director del Banco de la Nación Argentina.

Murió en 1928. El texto de su testamento es una verdadera lección de patriotismo y generosidad. Mediante el mismo legó sus bienes al Consejo General de Educación de Entre Ríos.

Luis Mac’Kay, nacido en Gualeguay en 1905, fue abogado, diputado provincial y nacional y ministro de Educación del presidente Frondizi. En el desempeño de esta última función debió viajar a París para asistir a una asamblea de la UNESCO. Sus allegados solían relatar una anécdota que definía de manera terminante la honestidad de Mac’Kay y su concepción de la función pública.

Al regresar de París el ministro hizo sus cuentas y advirtió que de los viáticos asignados por el Estado le sobraban 600 dólares. Ordenó a su secretario reintegrarlos al ministerio, pero la administración no tenía forma de ingresar un dinero cuyo gasto se había dispuesto con anterioridad. No sé con exactitud cuál fue el recurso, pero lo cierto es que Mac’Kay firmó una resolución por la cual el monto en cuestión retornó al Estado. “Yo no lo gasté y no es mío”, dicen que explicó en la oportunidad.

Tuvo en la vida una sola propiedad: su casa de familia.

Estos son sólo algunos ejemplos demostrativos de que es posible -y necesario por la democracia y por respeto al pueblo que trabaja y sostiene el sistema- ejercer una función pública con total honestidad y transparencia, sin otro interés que el de servir a una idea, un proyecto y en todo caso a la comunidad. Quede claro que el funcionario, representante o similar, debe percibir una remuneración adecuada a su cargo. De esto no se duda.

Nadie le pedirá el acto injusto de terminar en la pobreza. Pero de ahí a engordar el patrimonio personal hasta enriquecerse detrás de la función pública, hay una distancia incalculable.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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