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No aludimos aquí ni al bandoneón triste de un tango más triste todavía, el tango de Bahr y Garza que con acento amargo, repite en su título y en sus estrofas esa palabra dos veces. Ni al refunfuño, señal de enfado que sigue a una orden que molesta. Más cerca estamos de quienes hacen derivar la palabra de las expresiones onomatopéyicas zim y song, que unidas hacen referencia al zumbido de algún insecto que de ese modo, al mismo tiempo que nos incomoda, también sirve para ponernos alerta.

Es que lo que pretendemos, rezongando, es intentar un repaso mínimo de circunstancias de nuestro entorno que pueden pasar desapercibidas porque ni siquiera se les presta atención.

Como pasa por ejemplo con el hecho que al escenario –sí el escenario- de un salón municipal en San José, como forma de homenajearlo se lo haya designado con el nombre de Walter Ocampo. Debemos advertir que con afecto verdadero, coincidimos en que se mantenga vivo el nombre de quien cantó con su peculiar estilo las cosas nuestras.

Y queremos creer que ponerle su nombre a un escenario, responde, seguramente, a aquello de que en los grandes festivales se habla de un "escenario mayor" y se le da el nombre de un grande de la música popular. Pero no es este el caso, ya que no se trata para nada de un escenario de ese tipo y, de mirarse bien las cosas, más parece ser un ejemplo de esa "inflación toponímica" que como su práctica resulta casi gratis, nos lleva a bautizar con el nombre de alguien cuando las calles se terminan –y no nos atrevemos a cambiarles el nombre- a volvernos más imaginativos a la hora de nombrar. Ingresando así en una ruta que puede llevarnos a que en un edificio le demos nombre a cada puerta, inclusive a la de los baños, prescindiendo de la mención de caballeros y damas.

Y siguiendo en este tren, pareciera ser motivo de un merecimiento, el hecho que al haber adherido las dos últimas municipalidades de nuestra provincia a la misma determinación, se pueda "casi" declarar a nuestra provincia como libre de fracking. Y si decimos "casi" es porque faltaría todavía que el gobierno provincial también lo haga. Algo que en realidad es mejor callarse, ya que no es cuestión de que sin querer agreguemos una más a sus "preocupaciones" de este tipo, que le dan a nuestros representantes ocasión para no ocuparse de lo que les corresponde. Lo que también puede aplicarse a todos los concejales de los distintos municipios entrerrianos, porque la verdad es que ignoramos qué importancia tiene y que valor podría llegar a tener –esto en el caso hipotético que se encontrara petróleo en las profundidades del terreno provincial- una declaración de este tipo. Mucho nos tememos que el mismo efecto que en su momento hubiéramos decidido declarar a nuestro territorio como "libre de pasteras".

Una reflexión que por su parte nos lleva a formular una pregunta que en realidad son dos. La primera, ¿no sería mucho más útil, que todos esos concejales se ocuparan de gastar la suela de sus zapatos y las cubiertas de sus vehículos, en salir a ubicar la infinidad de mini-basurales desperdigados por nuestra geografía al borde de calles y caminos o en terrenos baldíos? ¿Podría ser este el primer paso para lograr la erradicación de la mala, y a la vez inexplicable, costumbre de muchos vecinos de deshacerse inmediatamente de cualquier desperdicio que aparezca en el patio de su casa, aunque sea por un descuido propio y no por haber llegado allí arrojado a través de la tapia de su lindero, emprendiendo semanalmente una excursión con el baúl de su automóvil cargado de bolsas llenas de desperdicios, para arrojarlas -como si se tratara de chiquilines haciendo una pillería- en cualquier parte?. Es que se trata de una costumbre a la que, quienes la practican deben "des acostumbrarse".

Obviamente de una manera respetuosamente persuasiva, y no como lo ha imaginado la mente entre maquiavélica y sádica de alguien que hemos visto rezongar –esta vez, efectivamente sí, por allí- proponiendo que a quienes están incursos en el ejercer de basureros no autorizados se los condene a permitir que los vecinos de su cuadra, llenen el frente de su casa por una semana entera con desperdicios del mismo tipo, aunque cuidadosamente embolsados, cosa que ni siquiera se toman el trabajo de hacer los referidos transgresores.

Por otra parte, un tema que está en el tapete sin parecer estarlo, es el de los reductores de velocidad colocados en nuestras calles. Cuestión que nos sorprendió al advertir que resulta un serio tema de conversación, cuando escuchamos a un vecino que en medio de una charla, opinar que en nuestra ciudad "si se miran bien las cosas, ni falta que nos hacen, dado que las funcionarios municipales han tenido la astucia de dejar que la naturaleza, lluvia presente y motoniveladoras paradas mediante, se ocupe del tema.

Aunque ello lleve a oír la queja no solo de algún chiquilín sino también de personas mayores que las utilizan para desplazarse, de que "estamos en un estado de cosas en el que resulta imposible andar en bicicleta". Y ello, sin que se le eche la culpa a la lluvia, y al axioma incontratable de que "el agua busca siempre su nivel".

Aunque chanzas aparte, y también consideraciones que no lo son, el hecho es que resulta acertado que en calles de nuestra ciudad se estén colocando de manera intencional "verdaderos reductores". Y que su colocación se esté intentando extenderla el tramo de la ruta que nos une con San José. Respecto a la cual, hemos escuchado proponer que habría que hacerlo en toda su extensión, dada la intensidad del tránsito que la misma tiene, a lo que habría que agregar el complemento de rotondas –como es el caso de la "media rotonda" en la que termina la ruta/calle Bernardino Horne- y otras que habría que construir en otros cruces peligrosos. Todo mientras no se transforme la actual ruta en una doble vía.

Aunque pensar así no es hacerlo en grande, sino poco menos que ponerse a soñar. Máxime si se tiene en cuenta el tramo del camino a Pueblo Liebig, en el que ha quedado sin terminar una calzada y el tramo de pavimento circundante. De paso, ¿a nadie se le ha ocurrido la idea de nombrar esa calzada inconclusa como "Urribarri-Pietroboni"? Ya que quizás al conocer de esa mención honorífica, cabría encontrar a alguien que se sintiera obligado a pulir ese honor dándole término.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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