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A la hora de efectuar una valoración de Aníbal Fernández, el multifacético, polémico y cuestionado político, conspicuo integrante de la administración anterior -para decirlo con corteses palabras usadas antaño en nuestra campaña, para referirse a alguien diciendo, sin decir, lo que se quería decir- reconocemos que "no es santo de nuestra devoción".

Pero, aunque así sea, no podemos no solo condenar sino también expresar nuestro preocupado asombro por contar con casi ninguna compañía, ante el trato vejatorio que sufriera el nombrado por parte de otros pasajeros en ocasión de un vuelo que lo llevaba a Londres. A la vez que resulta incomprensible que no se hubiera hecho bajar del avión a aquéllos a los que se vio manifestando esa actitud agresora.

Lo mismo cabe decir, de la manera como se efectúa el traslado de algunos de los encausados imputados por la comisión de delitos vinculados con la corrupción, los que para ser llevados a y de los tribunales son sometidos a una vejación, también condenable, cual es tener que cruzar por una suerte de horcas caudinas, materializadas en periodistas, fotógrafos y camarógrafos encolumnados a ambos lados del estrecho sendero que les dejan a ellos y a sus custodios, para lograr imágenes que los medios de comunicación ponen a disposición de toda la población.

¿No sería en estos casos lo apropiado buscar la manera de librar a esos procesados de un asedio periodístico, que indudablemente nada tiene que ver con la libertad de ofrecer y recibir información?

Nadie ignora que en Santa Cruz se vive una situación complicada. Pero ello no puede servir como justificativo para los daños que debieron sufrir miembros de la familia del ex presidente Kirchner en su vivienda de Río Gallegos. Ni para los más que amagues amenazantes de que fueron víctimas los legisladores de esa provincia y los daños provocados en el edificio en que sesionan por una turbamulta compuesta, casi con certeza, por muchos de quienes ayer nomás habían votado a esos mismos legisladores que ahora vilipendian.

No se puede pasar por alto tampoco hechos como la situación vivida por el Presidenete Macri en Rosario en ocasión de la ceremonia del Día de la Bandera, cuando el tener presente la prudencia que se sentía obligado a mostrar ante un minúsculo grupo de "resistentes", se tendió un cordón sanitario que desdibujó la celebración. O ser sorprendidos al ver a la boca de una diputada del núcleo duro del ya ido oficialismo, convertida en una cloaca en un intercambio de palabras en el transcurso de una sesión parlamentaria.

Se diría que solo falta que se hiciera usual que al momento de celebrarse un matrimonio religioso, irrumpiese en el templo un ex novio o ex novia despechados acompañados de familiares y amigos con la intención de perturbar la ceremonia.

O cualquier otra tropelía que este ambiente de descontrol, con la creatividad que tenemos para malos propósitos, se pueda llegar a imaginar y concretar.

Para expresar la dimensión de nuestra preocupación, nos resulta adecuado hacer referencia, a que asignamos a estos tipos de comportamiento, una entidad mayor, que la que indudablemente tienen –y que por otra parte seríamos los últimos en minimizar- tanto las entraderas o salideras que ahora están a la orden del día, como de los secuestros virtuales o exprés.

Es que este tipo de acciones son cometidos por personas que son delincuentes, en la medida que hacen de la comisión de delitos contra la vida humana y la propiedad una profesión (no es extraño según se afirma escucharlos decir "vamos de caza", como quien diría "vamos a trabajar". Mientras los comportamientos a los que primero nos referíamos tienen como protagonistas a hombres comunes que de una manera habitual dan cuenta de una manera de actuar que se considera "normal", en cuanto no es agresiva, sin que ello signifique que no puede calificarse a veces como de indiferencia o de tan solo un superficial y aparente respeto hacia los demás.

Y ahora venimos a encontrarnos frente a la malsana incertidumbre de ver a hombres comunes de comportamientos normales, que de improviso se desmadran, amenazando no solo a determinadas personas, sino resquebrajando esas delgadas vestiduras de civilidad habíamos logrado esforzadamente confecciona y a ponernos como sociedad al paso de centurias.

Es a su vez dentro de ese cuadro que se debe hacer referencia a la pérdida de la cordialidad cívica, es decir a las cuestionables formas de relacionarse de quienes asumen posturas políticas diferentes, y los efectos palpables que son su consecuencia.

Es cierto que la situación a la que nos hemos referido no es nueva, sino que registra recurrentes emergencias a lo largo de nuestra historia. Pero independientemente de ello, el antecedente más reciente lo tenemos en la situación vivida muchas veces donde miembros de una familia o amigos de años terminaban por no hablarse, o al menos no hacerlo de temas políticos.

En un primer momento, luego del cambio de gobierno, pareció asistirse a una descomprensión de ese malsano estado de cosas, algo que se traducía en una sensación de alivio evidente. Lamentablemente ahora parece asistirse a un retroceso, explicado por la postura "de resistencia" adoptada por el núcleo duro del régimen anterior, y de actitudes revanchistas por parte de grupúsculos de los que se sintieron maltratados durante su vigencia, todo lo cual se ha exacerbado por el haberse desnudado el estado de corrupción en el que estábamos inmersos, el que era por otra parte conocido, aunque no en su real magnitud, y frente al cual se mostró en su momento una actitud en la que se hacían presentes ingredientes de connivencia o encubrimiento, de resignación o de indiferencia en diversas proporciones.

La preocupación que esas señales cada vez más perfiladas provocan es que se caiga en la tentación de poner los de un lado y del otro de los grupos así polarizados, en "una misma bolsa", sin separar en este caso la cizaña del trigo, sino considerar que todo lo que está enfrente no es nada más que cizaña. O lo que es lo mismo, para decirlo en palabras sino llanas, al menos gráficas, de un lado no solo existen "vende patrias", ni en el otro son "todos ladrones". Todo lo cual a la vez podría formularse de otra manera advirtiendo que no solo no hay buenos y malos, ya que todos tenemos de ambas calidades algo, aunque en distintas proporciones, a lo que se debe agregar el hecho de que aunque así fuera ni los buenos ni los malos se encuentran de un mismo lado.

Como decía un viejo y sabio colonense: de lo que se trata es de dejar de ladrarse y de aventar prejuicios. Y de allí en más todo podrá darse por añadidura. Y, añadiríamos por nuestra parte, que ello nada tiene que ver con la impunidad de nadie.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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