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Días pasados pudimos imponernos del contenido de un informe que acaba de ser elaborado por expertos en materia de seguridad vial por encargo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y del Global NCAP (un programa internacional para combatir la siniestralidad).

Y al hacerlo no pudimos, inexplicablemente, dejar de asociarlo con un suelto periodístico, cuya lectura por otra parte creíamos olvidada, que poco y nada tenía que ver -en apariencia pero tan solo en apariencia- con el tema del informe.

Se trataba de una nota que destilaba una bien intencionada ironía –si es que la ironía puede ser bien intencionada- y con la que se pretendía aconsejar a un industrial súbitamente próspero hasta el exceso que quería, por razones de prestigio tal como no era infrecuente en esa época, vestirse de hombre de campo.

Dando cuenta de esa ingenuidad que tiene su explicación en la ignorancia, al comunicarle al autor del relato su propósito, la primera pregunta que le hizo a boca de jarro fue acerca de cuántos animales vacunos y de qué raza le convenía adquirir, para llenar las hectáreas de tierra que había comprado.

La lección que sirvió de respuesta a esa pregunta fue que después de decidirse por una finca de tierra apta para un destino ganadero, debía preocuparse primero de los alambrados y aguadas, luego tener en cuenta la manera de asegurar agua y alimentación permanente para la hacienda, aprender también acerca del manejo del rodeo y no olvidar todas las complicaciones administrativas y tributarias que atender para, luego de todo ello, recién pensar en el tipo de vacuno por el que le convenía inclinarse.

Es que el informe de siniestralidad vial al que hemos al principio aludido viene a ocuparse fundamentalmente de la incidencia que tiene en la siniestralidad vial en América Latina el hecho que en la fabricación de los automotores que se venden en los distintos países que la integran no siempre -por no decir que casi nunca se lo hace- se tienen en cuenta las pautas exigidas en materia de seguridad de los países tecnológicamente más avanzados.

Es así como pasamos a reproducir -obviamente archi sintetizadas- algunas partes de ese informe, en el que sus conclusiones, aunque en apariencia serias, no dejan de parecernos al menos un poco exageradas.

Las cifras que se dan a luz son, en verdad, escalofriantes si se tiene en cuenta que cada año el número de muertos en accidentes de tránsito en América Latina que allí se mencionan, alcanzaría los ciento treinta mil; cifra que tendría más posibilidades de crecer que de disminuir, de no adoptarse una serie de acciones imprescindibles, con el objeto de revertir ese estado de cosas.

Es así como los autores del informe señalan que la introducción en los automóviles en circulación en nuestras ruta de sistemas similares a los actualmente exigidos en la Unión Europea evitarían 400.000 heridos en el grupo conformado por nuestro país, Chile, México y Brasil, que los ocurridos en los mismos entre los años 2016 y 2013.

Al respecto se indica que la tasa de mortalidad vial en Latinoamérica asciende a 19,2 personas por cada 100.000 habitantes, frente a las 10,3 de Estados Unidos y las 5,1 de Europa.

Es por eso que los autores del informe del BID calculan que la mejora de las prestaciones de seguridad en los vehículos ahorraría 64.000 millones de dólares al evitar 40.000 muertes y otros 79.000 millones al reducir los heridos en 400.000.

Para explicar en gran parte el estado de cosas referido y fundar el reclamo de la necesidad de aplicar en nuestros países las normas en vigencia en la Unión Europea en materia de seguridad vial, más que en el comportamiento de los conductores de automotores –cuya manera de conducirse al frente de un volante se debe reconocer que no siempre es respetuosa de las normas de tránsito- se aborda de esa manera la cuestión desde una perspectiva distinta, focalizada en los fabricantes de automóviles.

Es así como para mostrar la importancia de ese enfoque, se pasa a dar una serie de ejemplos. De esa forma se dice que un conductor argentino cuando salga con su coche flamante a la carretera estará tan protegido como a bordo de uno vendido en la Unión Europea hace treinta años. Y que si lo adquiere en México, de media, se pondrá al volante de un vehículo con unas prestaciones de seguridad similares a los que circulaban también la Unión Europea en el año 2000.

Para preocuparnos un poco más se agrega en dicho informe que esos supuestos son en realidad conservadores, ya que es posible que los automóviles en estos mercados emergentes estén hasta 20 años más retrasados.

Por otra parte, se hace necesario señalar que con el objetivo de revertir la situación, la ONU ya impulsó el pasado año un plan de presión a los gobiernos de la región para que endurecieran su legislación. Y aunque el estudio del BID admite que algunos países latinoamericanos han aprobado ciertas normas para incrementar las exigencias de seguridad en los vehículos, aún existe una "brecha significativa" entre esta zona del mundo y los estados más industrializados.

Volviendo ahora a la anécdota del aspirante a ganadero preguntón, es que viene al caso interrogarnos si no existen entre nosotros circunstancias que, más allá de las referencias en dicho informe a la rigidez de las normas, a pesar de aparecer como nimias, podrían dar respuesta con un costo menor, o aun sin costo alguno, son las primeras a las que deberíamos comenzar por atender.

Es que dejando de lado a todo lo que se vincula con los motociclistas, y sin dejar de atender a violaciones constantes en las regulaciones en materia de tránsito que a ellos se los ve cometer, que en un largo rosario van desde el conducir sin cascos –y también hacerlo el acompañante- hasta el observar a un vehículo de esas características con una familia entera montada sobre ella, nos encontramos en los automovilistas con actitudes potencialmente suicidas, que podrían modificarse sin costo o casi sin el mismo. Tales las de quienes conducen alcoholizados o con vehículos que no están en condiciones -y tienen serias fallas- para circular, o la tentación de conducir a velocidad excesiva o el pecado de hacerlo haciendo gala de una persistente distracción.

Todo ello dejando de lado el estado de muchas de nuestras rutas, muchas de ellas que aparecen con roturas antes de su recepción de obra definitiva, y otras, como nuestra autovía, a la que ya se la ve con inquietantes deficiencias, pero ello resultaría el tema de otra nota.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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