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Son muchos los que se quejan, y lo hacen con razón, a la hora de tener que pagar impuestos a las ganancias por exceder sus ingresos el monto del mínimo no imponible. Por nuestra parte, lo que no deja de provocarnos asombro es no solo que los jubilados tengan que hacerlo, y que no lo hagan los jueces, sino que al mismo tiempo en muchos casos la dieta que perciben los concejales, como es el caso de los de nuestra ciudad, llegue a un monto, dado el cual sean alcanzados y castigados -esto es una forma de decir- por ese impuesto. Es por eso que lo que meten en el bolsillo en el concepto aludido se ve raboneado en bastante más que en dos mil pesos, apocando los casi treinta mil que es el monto mensual de sus ingresos brutos.

Y si efectuamos las consideraciones precedentes es por la contradicción que se hace presente en esa sobrevaloración tarifada de su labor -hay que pensar en cuanta gente trabaja ad homorem en las ongs, algo similar a lo que deberían ser los concejos deliberantes en las poblaciones del tamaño de la nuestra y otras de aun menor población-, y la austeridad extrema que cuidadosamente ha exhibido ese cuerpo, al cajonear la necesidad de cumplir con la ley mediante la creación de la Defensoría del Pueblo en nuestra ciudad, esgrimiendo razones presupuestarias.

Razones explícitas que en realidad esconden un miedo irracional a ser controlados que gana a la mayoría de los que acceden a la función pública, sin darse cuenta que es lo mejor que puede pasarles para su tranquilidad futura.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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