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Daniel Ortega y Rosario Murillo.
Daniel Ortega y Rosario Murillo.
Daniel Ortega y Rosario Murillo.
En los grandes diarios del mundo ocupa un lugar destacado la noticia que, en Nicaragua, Daniel Ortega asume el cargo de presidente por tercera vez consecutiva, con un mandato cada una de ellos de cinco años. Lo que viene a significar que después de estar diez años seguidos en el cargo ahora continuará en el mismo hasta el 2022. Algo que vuelve conjeturable que, estar al término de su mandato vivo y sano, podría ir por más y prolongar su permanencia en el poder hasta que Dios lo quiera. Pareciera que se asistiera a una repetición de la historia con un Somoza redivivo.
Aunque mejor habría que hablar de "los" Somoza, ya que si en el caso de aquellos se asistió a la sucesión en el poder de padre a hijos –por más que en interregnos- para disimular, suponemos, se apelaba a la mascarada de algún "presidente títere" se llevó a cabo hasta que ese régimen, auténticamente dinástico, fue derrocado por la guerrilla sandinista, que hizo precisamente a Daniel Ortega el primer presidente de una democracia republicana que se suponía había llegado para quedarse.

Pero no es en realidad al carácter virtualmente vitalicio que se está dando –o intentando que así sea- en el caso de muchos presidentes latinoamericanos, sino en el hecho que como manera de "blindar" (otra palabra de moda) la permanencia del poder dentro del grupo familiar, se da también, como ha ocurrido en Nicaragua, que Daniel Ortega haya sido otra vez reelecto, esta vez en compañía de su esposa Rosario Murillo como vicepresidenta.

Algo que no debe asustarnos, si se tiene en cuenta que entre nosotros esa situación fue vivida en el caso de Perón e Isabelita, y se vio casi repetido en el de los sucesivos Kirchner en el cual, de no haber muerto Néstor, hubiéramos asistido a un casi eterno "enroque".

Nos encontramos aquí ante un fenómeno, que nos cuesta calificar de nepotismo. Un sustantivo con el que se describe el hecho de que nos encontremos ante un gobierno "lleno de parientes" que se instalan en el mismo no por sus méritos propios, ni por su inclinación por la cosa pública, sino con el solo objetivo de medrar de esos favores. Es que en casos como el de Ortega se nos ocurre que el objetivo no es otro que la perpetuación en el poder, y que es ese poder lo que los arrebata y enloquece, más que el objetivo de enriquecerse, ya que aun en el caso de que así ocurra, la fortuna adquirida no es en sí misma un fin al que se tiende, sino tan solo un medio para perpetuarse, aferrado a las voluptuosidades del poder.

Hablando en criollo, los gobiernos "con" familiares incluidos, no son gobiernos por los mangos, aunque pueda llevar a que se transformen en un gobierno de ladrones. En cambio los gobiernos "de• familia", buscan perpetuarse por "la manija" que ella representa y desembocan en tiranías. Aunque a la postre tengan una mezcla de ambas cosas?
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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