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Casi medio siglo después, seguimos empantanados

Existe un, no tan lejano, parecido entre el futbol- espectáculo y todas sus excrecencias y la política. Para empezar, habría que señalar que se halla allí presente uno de los dos elementos principales, que fuertemente imbricados son de la esencia de la política.

Nos referimos así, por una parte, a la dimensión "agonal" presente en la política, en cuanto a través de ella se encauza la lucha por acceder el poder; imperativo sin el cual la misma no tendría sentido. Es decir, con palabras más sencillas, conseguir el aval de la ciudadanía, su apoyo y su voto buscando "ganar las elecciones". Desde esa perspectiva, subyacente a la política, se da la existencia de posiciones encontradas que pueden desembocar en un conflicto abierto.

Pero frente a ella, aparece la otra dimensión -que es su contracara- y que viene a decirnos que la política con mayúscula tiene como propósito arribar a acuerdos. Algo que no hay que confundir con lo que los radicales de otrora daban el nombre de "contubernio".

Es que la política, para empezar, si no quiere convertirse en una suerte de auto-canibalismo, tiene que comenzar por sentar las bases para un acuerdo. De lo contrario confunde al adversario, muchas veces circunstancial, con el enemigo; dado el cual todo vale y se enfrentan todos contra todos, en un intento siempre consciente y deliberado de suicidio colectivo, en la medida nos encontramos ante alguien -en esta caso la sociedad- que se empecina de una manera aberrante en comerse a sí misma.

El acuerdo debe ser fundacional e imprescindible para que toda sociedad funcione y prospere, para lo cual necesita establecer reglas de juego claras y equitativas, que deben respetar a rajatabla aquellos que descienden al ruedo político.

Y de allí en más se trata de buscar atenuar esa dimensión agonal de la política a los que nos referimos - no levantando muros o generando grietas- sino lo que se conoce en el amigable, a la vez que saludable, acto de " tender puentes".

Si contrastamos esa visión de la política, con lo que se da entre nosotros en el ámbito del futbol, nos encontramos con un cuadro complemente diferente; el que viene a señalar como el mundo del futbol es, en una peligrosa medida, una reproducción burda de lo que apenas disimulado –y eso solo a veces- con mejores maneras acontece entre nosotros en el mundo de la política.

Comenzando por ceñir a lo que tiene aspecto de pintoresco - aunque en realidad no lo sea- podemos aludir al hecho que en los estadios de futbol por lo general el acceso está expedito únicamente para los partidarios de uno solo de los equipos que se enfrentan. Para en seguida hacer referencia a una elección en la máxima organización del futbol nacional, en la que al realizarse el escrutinio se observó, con espanto y escándalo, que aparecía un número de votos mayor que el de votantes.

Todo ello dejando de lado que la situación actual que se vive en ese ámbito, parece haber llegado a un extremo en el que con contadísimas excepciones, todos los que estaban dispuestos a robar; se han robado casi todo, por no decir todo.

Y es dentro de ese contexto que se debe hacer referencia al hecho de que el general Milani, haya terminado, al menos de una forma provisoria, entre rejas por decisión de un juez en una causa vinculada al terrorismo.

Es que aunque cueste así considerarlo, esa circunstancia de incuestionable importancia institucional y de una dimensión moral difícil de medir -dadas sus implicancias- puede servir de punto de inflexión que permita una reelaboración honesta, y en cuanto tal más objetiva, de nuestra historia, en su último medio siglo.

Todo ello considerando que el arresto de Milani ha dado lugar a una situación verdaderamente paradojal, cual que frente a ella se ha visto dar muestras de alegría tanto a víctimas del terrorismo castrense, como de anti-cristinistas furibundos, que se encuentran en las antípodas de cualquier demostración de simpatía con la guerrilla trotsko-montonera de los tiempos obscuros del siglo pasado.

Es que de esa manera se ha venido a cerrar un círculo que de tragedia ha devenido en farsa, sin dejar de ser tragedia. Dado que no se puede decir menos al ver imputado y preso por represor a quien la señora de Kirchner convirtió en la máxima autoridad del Ejército. Mientras al autoproclamado converso, a esa versión en apariencia atenuada del bolivarismo que era el cristinismo, se lo veía hacerse mimos con Hebe de Bonafini y encarar la venta de hamburguesas y salchichas con el inefable Guillermo Moreno.

En suma una circunferencia ha completado su trazado y nos encontramos en una situación que viene a mostrar a un "represor" comiendo de la mano y dando protección a una "exterminadora" de ellos.

O sea que hemos asistido al espectáculo de los buenos y los malos, comiendo del mismo plato.

De donde ingresamos en una situación con final discepoliano, en la que de aquí en más por lo mismo "todos han quedado igualados". Lo que lleva, no a que "los malos" dejen de serlo y que los buenos dejen de parecerlo, sino a que, independientemente de la necesidad de respetar a "la memoria", lo que es indispensable, la debemos enriquecer elaborando una historia honesta y que no deje nada afuera porque debe incluir todo, de lo sucedido en estas trágicas décadas.

A la vez una actitud de ese tipo debería llevarnos a dejar de confundir justicia con venganza, reclamando a esta última en lugar de hacerlo con la justicia. Un estado de cosas inexplicable solo en parte, ya que, en una medida verdaderamente inquietante, la justicia ha dejado de serlo.

No se nos ocurre defender a Milani. Si tuvo que ver con los hechos que se le imputan –la imputación de su enriquecimiento ilícito es otra cosa- los mismos deben ser judicialmente esclarecidos y en su caso, de corresponder, la justicia debe dictar una sentencia condenatoria. Pero de cualquier manera debería admitirse que en los tiempos obscuros que se vivieron; por su edad Milani no sería sino la contracara, igualmente hipócrita, de esa "juventud maravillosa" envuelta en el mismo delirio caníbal que nos salpicó a todos.

Porque "los buenos han igualado a los malos" no se trata de hacer borrón y cuenta nueva. Ni, para utilizar una expresión muy en boga, de barajar y dar de nuevo. No se debe ni pretender tapar, ni negar la enormidad de todo lo ocurrido en esos tiempos aciagos.

Se debe llevar el bisturí hasta el mismo hueso. Sacar a luz lo ocurrido, pero que sea todo lo ocurrido. Y al mismo tiempo hacer un acto de contrición colectiva frente a la verdad develada, acorde con la magnitud de nuestras culpas por acción, u omisión. Viendo, aun cuando nos cueste hacerlo, al mismo tiempo a tanta locura maligna que nos envolvió en su momento a todos y que nos llevó a ingresar en un brete en el que, casi medio siglo después, seguimos empantanados.

Autor: M. S. J.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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