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Imágenes de Venezuela.
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Habrá quienes sienten una sensación, mezcla de horror, pena y alivio, cuando se topan con las noticias, cada vez más espeluznantes, de lo que acontece en Venezuela.

El horror y la pena son consecuencia del hecho que la prisión que desde hace casi dos años soporta Leopoldo López, un joven dirigente que lo está solo por ser uno de los más férreos opositores al régimen del Presidente Maduro, termina "siendo un poroto", si se la compara con la cantidad de personas enfermas que se mueren, por no encontrar ni en farmacias, ni hospitales, los medicamentos que les hubieran permitido salvar su vida; o de gente que también se muere, pero literalmente, de hambre por resultar manifiestamente insuficiente lo poco y nada que pueden obtener revolviendo la basura; o de cárceles en las que se abren fosas donde se encuentran decenas de cadáveres de presos, muertos por causas que se considera mejor que queden ocultas.

El alivio, que acompaña a ese horror, es consecuencia de haber podido esquivar ese destino hacia el que sin duda en un momento marchábamos. Y si hasta ahora al menos, existen entre nosotros muchos nostálgicos de esa Venezuela que sonaba idílica en los tiempos en que se daba un incesante ir y venir de funcionarios de ambas naciones, en este momento, mientras callan toda referencia a la ya conocida situación de ese país, todavía dan cuenta de la pretensión, apoyada por no pocos, de volver al poder.

En cambio no dejaría de provocarnos una de esas sonrisas nerviosas que acompañan al tropezón y caída de una persona ante nuestros ojos, la situación por la que atraviesa Brasil, cuya última novedad es el hecho que uno de sus mayores grupos económicos, que a la vez es el mayor exportador mundial de productos de carne vacuna y de pollo, entremezclaba esa mercadería con productos (carne de vaca y de pollo) en mal estado. Lo que ha llevado a nuestros vecinos, tan exagerados como son para todo, ya que en nada quieren dejar de ser los mejores del mundo, a dar a ese caso el nombre de "Carne podrida".

Todo lo cual ocurre mientras la justicia brasileña, con sus investigaciones de corrupción, está haciendo realidad una consigna, voceada en las calles de nuestras principales ciudades, cuando se pedía que "se vayan todos", a lo que los jueces del país vecino añaden ". . . presos".

Pero no es cuestión de que con todo ello armemos batifondo, ya que no se trata de mirar la viga grande en el ojo ajeno, dejando de ver lo que no es paja sino también viga, en el propio ojo.

Para dar un ejemplo mínimo que suena casi a travesura, debe señalarse que los vecinos más viejos entre nosotros, recuerdan la época de los primeros "peladeros" de pollos, cuando en algunos camiones frigoríficos que se enviaban a alguna localidad atlántica de nuestro territorio y por un caso fortuito, resultaba interrumpida la cadena de frío de los mismos afectando el estado de conservación de la carga transportada, se procedía a lavar los pollos eviscerados con una mezcla de agua, vinagre y hasta lavandina de manera de tratar de que no olieran de una manera inconveniente.

Todo lo cual viene a decir que nuestras sociedades –reconozcamos que hay excepciones- parecen como "revolcadas en el mismo lodo" y en mayor o menor medida salpicadas por la mugre.

¿Debe verse allí un componente in-eliminable de nuestra "identidad latinoamericana"?

No lo creemos así, aunque consideramos que no se trata tan solo de un mero trabajo de "chapa y pintura", sino de esos casos en que todo el automóvil – para utilizar un símil- se encuentra en estado deplorablemente ruinoso.

El dilema es entonces "por dónde empezar". Máxime cuando de lo que se trata es, como se dice popularmente, "desarmar una galleta". Un periodista radial en su audición del día de ayer hacía referencia al hecho que, de acuerdo a una reciente encuesta de opinión, entre una lista de las "cosas que preocupan a los argentinos" se colocaba en un primer lugar – con un porcentaje que alcanzaba el noventa por ciento de los encuestados- a "la seguridad" y en uno de sus últimos escalones –con un tres por ciento- al de la "educación".

Circunstancia que lo llevaba a criticar lo que, según su punto de vista, era la demostración de una suerte de miopía colectiva.

Ignoramos por nuestra parte, cuál es la posición al respecto de nuestros lectores, ya que tratándose la misma de una cuestión opinable – de esas en las que no a todos "el zapato les aprieta en el mismo lugar"- si bien pueden no ser todas válidas, resultan igualmente respetables.

Pero de cualquier manera es nuestra convicción que la opinión pública, en los resultados que recoge la encuesta, no esté tan mal rumbeada y que, como consecuencia, hasta pueda llegar a encontrárselos disparatados.

Es que entre nosotros existe una larga tradición – a la que se puede considerar como un atavismo- que si bien ha llegado a producir una explicable y por otro lado saludable sensibilización extrema, como consecuencia de los regímenes autocráticos que nos ha tocado en suerte vivir, es en gran parte consecuencia de nuestras propias culpas. Ya que se remonta a las primeras y remotas épocas coloniales, en las que, según se afirma, cuando los miembros capitulares de un cabildo, eran anoticiados de una orden real no era infrecuente que, después de escuchar o de leerla a viva voz, el alcalde mayor exclamara en lo que era casi una fórmula "que se acate, pero que no se cumpla". En una actitud que tiene un gran parecido con el comportamiento de tantos chicos que ante el requerimiento de uno de sus padres dicen "si papá (o mamá), ya voy", frase que repiten en forma recurrente pero sin moverse del lugar en que se encuentran.

Dentro de ese contexto habría que señalar que si bien todas las cosas que preocupan a los argentinos, merecen en principio que se les preste igual atención, de cualquier manera a nadie puede escapar que existen objetivos prioritarios, en la medida que si no se logran en primer lugar, el alcanzar los otros viene a devenir como imposible.

Y siendo así las cosas se debe comenzar por señalar que no se puede confundir autoridad con autoritarismo -ya que éste es una deformación o corruptela de aquélla- y que a la vez, aunque parezca paradojal, autoridad y libertad no son sino las dos caras de una misma moneda, ya que donde no existe autoridad solo los más fuertes puede exhibirse como libres.

Es que a ese respecto debe hacerse carne en todos, que cuando se habla de autoridad, se habla de respeto a la ley, y por ende de respeto a los que mandan en cuanto son respetables, en la medida en que la aplican de una manera razonable y equitativa. De donde a lo primero que debemos apuntar es al necesario respeto de la ley, y no a buscar la forma de esquivarla, algo para lo que pareciéramos mandados hacer.

Advirtiendo que hablar de respeto a la ley significa no otra cosa que aludir, no a cualquier orden, sino a un orden que sea lo más posible un orden justo. Con la certeza de que si se avanza en esa dirección lo demás le será dado por añadidura.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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