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La "puesta en valor" de la Estación Retiro.
La "puesta en valor" de la Estación Retiro.
La "puesta en valor" de la Estación Retiro.
La importancia de distinguir entre lo antiguo y lo viejo. Y dejar en claro que mejor que refaccionar o restaurar es mantener.

En medio de tantos motivos que alimentan las tendencias de histeria colectiva –no lo son la tragedia de la pobreza o de la desnutrición infantil- y de tantas cuestiones minúsculas en cuyo desenlace pareciera que se nos va la vida, no se le ha dado la importancia que merece a los avances en la puesta en valor de la Estación ferroviaria de Retiro; o a la noticia que da cuenta está sometida a un proceso similar la conocida como República de los Niños, una obra icónica del peronismo temprano, la que se encontraba, todavía aun más que aquélla, en un estado ruinoso, a pesar de los largos periodos de tiempo en los que el justicialismo fuera gobierno.

Novedades que traen a nuestra memoria inmediata, un hecho que debemos considerar todavía como reciente, cual es un proceso de las mismas características al que fuera sometido el Templo mayor de nuestra ciudad. Una decisión y un esfuerzo a los que no le hemos prestado la atención, ni efectuado la valoración que indudablemente merecen y que, por consiguiente, nos ha dejado en falta.

A todos estos emprendimientos les cabe aplicar el término de "puesta en valor", expresión muy a la moda aunque resistida en los ámbitos del urbanismo, por ser considerada un galicismo –es decir una frase derivada de una difícil traducción de otra francesa- que pone los pelos de punta a los más consecuentes defensores de nuestra lengua. Es que a la misma, como se ha indicado, se la ve como "calcada" del francés, dado lo cual al momento de buscar una mejor alternativa se oscila entre valorar, valorizar, reconocer (el valor de algo) y otras expresiones del mismo tipo.

Aunque los cosas no son bien así, ya que tratándose de inmuebles o de cosas similares que se consideran como formando parte del "patrimonio cultural", ello significa por una parte "restaurar" o "refaccionar"; y por la otra que quiénes integran una comunidad adquieran la plena compresión de que lo que se restaura o refacciona es merecedor de ese tratamiento, por ser patrimonio digno de ser preservado.

Dado lo cual debemos comenzar por advertir que no toda refacción o reparación puede ser considerada de esa forma, la geografía de todas nuestras ciudades están llenas de enchastres que no las hacen merecedoras de esa calificación; también debe tenerse en cuenta que su exigencia es consecuencia del hecho que a ese objeto de valor cultural no se le ha efectuado a lo largo del tiempo el "mantenimiento" adecuado, precisamente –aunque no en todos los casos, ya que se hacen también presentes limitantes de carácter económico aunque no siempre justificables- no se les ha reconocido "el valor" que ellas tienen.

Por nuestra parte, no estamos seguros de que tratándose de "ruinas o restos", pueda hablarse de "puesta en valor" aunque igual se busque preservarlas en el caso de asignársele una importancia cultural, y tengan que ser consideradas de una manera positiva. Lo que nos hace dudar más todavía –al mismo tiempo que reconocer alguna vez desde estas columnas hemos caído en el error de afirmarlo- que los trabajos realizados en el viejo puerto de nuestra ciudad puedan caracterizarse como "puestas en valor"; más allá que existen intentos de las mismas características, efectuados de una manera sensata también en otras localidades de nuestra geografía. Es que no son precisamente puestas en valor, independientemente del elogio que merezcan el que se hayan ocupados de ellas.

De seguir con este desmenuzamiento analítico cabría, mientras tanto, preguntarse si todo aquello que en materia edilicia es "viejo", tan solo por esa circunstancia se vuelve necesario ser preservado. Es así como la demolición de barrios enteros de algunas ciudades como es la de Buenos Aires, se constituyera en un verdadero "crimen", en tanto y en cuanto la privaron de una parte de su alma; ello no significa que una circunstancia de este tipo se presente en todos los casos.

Es que se hace aquí presente una distinción -que reconocemos burda en cuanto aparece como de grosero calibre- entre lo que es " viejo" y lo que "es "antiguo"; distinción imprecisa, pero desgraciadamente no del todo comprendida en materia de cosas muebles. Porque lo que es solo "viejo" es por lo mismo descartable, mientras que cuando se alude a lo "antiguo" hablándose de antigüedades, es porque nos encontramos con un objeto con valor cultural y por ende digno de preservación.

Algo que muchos de los negociantes de "antigüedades" a veces de una manera que va desde la ignorancia hasta alcanzar la malicia, no lo tienen presente al momento de ofrecer su "mercadería". Que a la vez hace que no falten compradores ingenuos a los que se les haga pasar gato por liebre.

Algo similar a lo que sucede en materia de la edificación urbana, donde apelando a una receta escandalosamente simplista, se prohíbe la demolición de todo –o solamente las fachadas- de lo edificado en una determinada época, sin hacer una estudio pormenorizado caso por caso, encaminado a determinar la dimensión de su valor patrimonial.

Consideraciones las precedentes que pueden parecer al menos aburridas, pero que se nos ocurren valederas ya que vienen a destacar la importancia de atender "al mantenimiento" de las cosas de nuestro entorno, ya sean de índole pública o privada.

No se trata tan sólo de aludir de esa manera al pintarrajeo con aerosol de muros exteriores, acción en la que si no siempre existe maldad se hace siempre presente una insensatez, en la que se constata ese "canibalismo social" con el que más que auto-flagelarnos nos destruimos a nosotros mismos. Ya que agredir a nuestro entorno es una manera de buscar hacerlo. Sino que, para prestar atención a lo que es nuestro, no hay que esperar hasta el momento en que se transforme en ruina. . .

Y del mantenimiento de lo existente y que pertenece a todos, como son los bienes del dominio público, poco y nada se preocupan quienes dicen gobernarnos, ya que no incluyen anualmente partidas presupuestarias con ese objeto. Algo que no debe sorprender si se toma por cierto lo que dice esa leyenda urbana en la que se señala que se da el caso de muchas reparticiones públicas en las que las partidas presupuestarias asignadas a "gastos de limpieza" son tan exiguas, que para adquirir los adminículos y otros insumos necesarios para llevar a cabo esa tarea tienen, los que trabajan en ellas, poner plata de su bolsillo. Salvo que prefieran trabajar en medio de la mugre, algo que también suele suceder.

Todo lo cual, para "ponerlo en valor" –valga la redundancia- debe ser ubicado en un marco que nos diga que la falta de respeto con nuestro pasado es una de las maneras no menos graves de obstruir nuestro futuro.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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