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Recalde y la mafia de los juicios laborales


En un reciente discurso el presidente Macri, pegó duro a Héctor Recalde. Sus antecedentes como abogado laboralista, y asesor casi vitalicio de conocidos sindicalistas y de importantes organizaciones gremiales es algo que nadie puede ignorar. Su participación en política de una manera prominente es, en cambio algo relativamente nuevo, y vino asociada con las políticas del post kirchnerismo camporista. Fue allí cuando ganó influencia en áreas sensibles del ámbito gubernamental, siendo en la actualidad presidente del bloque de diputados nacionales del supuestamente fenecido Frente para la Victoria. Ignoro hasta qué punto influyeron esos antecedente para el encumbramiento de su hijo Mariano en Aerolíneas Argentinas. Pero es más que plausible presumir que su paso por el Consejo de la Magistratura como miembro designado por esa su condición de legislador le permitió jugar un papel no precisamente despreciable en la designación de los jueces del fuero laboral.

Pero independientemente de ello, la forma en que como he indicado pegó duramente Macri a Recalde, no solo acusándolo de la manipulación de designaciones de jueces en el ámbito laboral, sino también asociándolo a una suerte de jefatura de una mafia de abogados laboralistas es algo que cabe considerar impropio por parte de quien ejerce la función presidencial, sobre todo teniendo en cuenta que resulta una extralimitación evidente a su lenguaje habitual en el quela búsqueda de la sanación de nuestra sociedad y el infundir esperanzas a sus componentes resultan sus características más encomiables.

Cierto es que desde el sector político que arropa al nombrado (también él), no se le han escatimados al presidente maltratos y golpes bajos. Comportamiento, explicable (aunque al mismo tiempo, condenable) por presentarse liderando una auto definida resistencia frente a un gobierno al que, por haber sido ungido por el voto ciudadano y en ejercicio legítimo del poder, solo le cabe dentro del juego de los mecanismo institucionales, asumir el rol de lo que los ingleses conocen con el nombre de leal oposición. Pero también lo es que frente a esa desmesura se debe ser muy cuidadoso en no solo no rebajarse a aquellos extremos, sino ni siquiera dar la posibilidad de que así pueda entenderse.

Todo lo cual no quita que el Consejo de la Magistratura (cuerpo que aunque suene fuerte apañó a jueces como Oyarbide, y en el que se hace valer el número y no las razones para defenestrar a camaristas que no solo están acusados, sino que acusan en cuanto así lo muestran impúdicamente un enriquecimiento ilícito como es el caso de Eduardo Freiler) se haya prestado a manejos poco claros en la conformación de una sedicente justicia legítima; o que se pueda hablar, en el caso de abogados laboralistas, de comportamientos corporativos .

Pero de allí a meterlos a todos en una sola bolsa como mafiosos de una manera imprecisamente elíptica, hay un trecho. Máxime cuando se trata de cosas que no se dicen desde las tribunas más o menos callejeras sino en los estrados y deben ser abonadas por pruebas consistentes. Sobre todo cuando de esa manera se hace un abordaje simplista de una situación harto compleja.

Un mundo en el que las relaciones del trabajo dan cuenta de sucesivas mutaciones


Es que al análisis de las relaciones de trabajo en el mundo actual se lo debe hacer desde dos perspectivas diferentes, una de alcance global; y otra que se vincula con la situación concreta que vive nuestra sociedad.

Desde una perspectiva global, habría que partir del estado de cosas vivido en la materia desde la Revolución Industrial a lo que cabe, aunque sea erróneamente, la caracterización de los inicios cada vez más notorios de un sistema neoliberal globalizado.

Fue, cuando al mirar y describir los costosos y hasta catastróficos efectos sociales de aquella, Carlos Marx, en referencia a la naciente clase obrera, la mencionaba como el ejército industrial de reserva. Denominación que la explicaba al denunciar a la burguesía (conformada por los patrones) como ejecutando una maquinación, en la que la existencia de un significativo número de trabajadores sin empleo, les permitía mantener bajos los niveles del salario.

Desde aquel tiempo las cosas fueron cambiando, ya que la organización de los gremios en sindicatos, la instalación y difusión de doctrinas sociales y la irrupción de partidos políticos alimentados desde esas dos fuentes convergentes, llevaron al menos enel plano de las ideas al conocimiento pleno del valor de trabajo y de la dignidad del trabajador, que quedó plasmado no solo en leyes sino también en normas de jerarquía constitucional.

Un proceso que después de la Segunda Guerra Mundial se plasmó en lo que se conoció alternativamente como Estado de Bienestar o Benefactor o Providencia, actualmente en crisis; y que logró acercarse a las metas en las que tiene su razón de ser, por sobre todo en algunas zonas del hemisferio norte de nuestro planeta.

Esa crisis en la que convergen factores como la revolución tecnológica; la globalización de la economía, con el desplazamiento de la localización industrial a países periféricos; el envejecimiento de la población de las sociedades avanzadas, es lo que llevó, entre otras cosas, a la actual crisis constatable a nivel mundial, en materia de relaciones laborales.

Es que el nuevo modelo al que mencionara provoca la sensación (aunque no se trate ni de sensación, ni precisamente de un retorno) de un retroceso a los tiempos del ejército de reserva, aunque es innegable que se avanza a una etapa, en apariencia irreversible, en dirección a una flexibilización laboral, la que de no implementarse de una manera racional y equitativa puede reducirse a una malsana precarización laboral creciente.

Por otra parte, como se ha señalado, la flexibilización (y sobre todo su expresión malsana cual es la precarización)se inscribe en la lógica de la sociedad del riesgo; es decir, una sociedad que se mueve en incerteza respecto a diversos temas entre los que destacan los valores sociales, el medio-ambiente, la función civilizatoria y la ideología.

Dado lo cual la flexibilización no es asociable necesariamente a la vulnerabilidad o a la pobreza; aunque ninguna duda cabe que los sectores más desfavorecidos de la sociedad cuenten con menos posibilidades de enfrentar esas incertezas.

Qué pasa entre nosotros


Nuestro país se mueve dentro de ese contexto, al mismo tiempo que cuenta con características propias que profundizan y agravan las deformaciones de esa situación de una manera que llegue a ser letal, en la medida que pueden convertirlo, y con eso a nuestra sociedad, en un todo fallido.

Es que como consecuencia de haber sido durante mucho tiempo una sociedad sin rumbo, encabezada por una dirigencia mediocre sino miope, que la mayor parte del tiempo no ha estado a las alturas de las circunstancias; se ha producido en nosotros un proceso de autocanibalización, en el que no solo hemos visto despilfarrar las joyas de la abuela y a la vez que hemos permitido el latrocinio de nuestro presente, ahora comenzamos a ingerir lo que deberían ser las bases de nuestro futuro.

Dicho de otro: nos hemos comido o estamos terminando de hacerlo con lo que nos dejaron nuestros abuelos; nos comemos entre nosotros, y nos estamos comiendo el futuro de nuestros hijos.

Desde hace décadas en las columnas de este medio periodístico, se han podido leer las reflexiones de un sociólogo inglés que afirmaba que el nuestro era el único país desarrollado en vías de subdesarrollo. Lo que traducido a términos actuales vendría a ser, no un país emergente sino en peligro de sumergirse (no quiero ser bicho de mal agüero, pero cabría peguntarse sino habría que añadir. . . Y con fuertes perspectivas de. . . ahogarse).

No se trata de dar cifras que abruman, pero nadie puede negar que nuestra sistema educativo está por lo menos resquebrajado; nuestra infraestructura ferrovial destrozada (con las consecuencias de que el costo de traslado de nuestra producción a los lugares de elaboración o embarque se comen hasta una tercera parte de su valor); un sistema de seguridad que cuando no es de una fragilidad extrema se encuentra infiltrado por el hampa. . . Y mejor no es seguir. . .

Pero de cualquier manera cabe señalar las consecuencias: bastante más del tercio de nuestra población se encuentra debajo de los niveles de pobreza y un argentino y medio de cada diez debajo de la línea de indigencia; que sumen casi la mitad del total los que no concluyen sus estudios ni puedan comprender lo que leen. Y que dentro de ese marco el volumen del trabajo informal (precarizado por su esencia) se acerque cada vez más al del trabajo formal y que aparezca en la información, además del número de personas que no consigue trabajo, lo que es peor, las que no tienen la cultura del mismo ni estén en condiciones de asumirlo.

Máxime si se tiene en cuenta que un número no insignificante de quienes viven en la marginalidad se da el caso de tres generaciones de personas que nunca han contado con un trabajo estable o que nunca lo tuvieron.

De la pecera y de quienes pescan en ella


Imaginemos a nuestra sociedad como una gran pecera, en la que los peces que se mueven en ella somos nosotros. Y que al mismo tiempo se ve mirando a su interior todo tipo de pescadores, pretendiendo pescarnos. Pescadores que son malos o buenos. A la vez que entre los malos se encuentran toda clase de ladrones, para quienes el robar se ha convertido incluso en un trabajo, con horarios incluidos. Y entre los que se supone buenos debe ubicase al personal de los entes recaudadores de impuestos que buscan peces de la especie evasores. Al mismo tiempo que están presentes para sostener a los peces de la esencia "trabajadores en negro despedidos", los jueces y abogados laboralistas.

Estas dos últimas categorías de pescadores tienen su causa en que vivimos en aguas, teñidas del color subido de la informalidad.

De donde lo primero que debería hacerse desde el gobierno (desde este o cualquier gobierno) es actuar de tal manera que ese tinte desaparezca. Achicando al mínimo cargas sociales que casi duplican el salario de bolsillo de los trabajadores, como primer paso en ese sentido. También (se trata de una sugerencia a analizar), establecer dos regímenes laborales diferentes, uno para los trabajadores de las empresas grandes y otro para las pequeñas empresas (esas en el que el patrón trabaja a la par de sus empleados) y al menos para un sector de las medianas (se hace presente aquí la razonable objeción de que de esa manera habría trabajadores de primera y de segunda, con olvido que ya los hay de esta última clase y cumpliendo su tarea sin beneficios sociales, al menos hasta el momento del rompimiento de la relación laboral).

Todo ello teniendo en cuenta que si bien es cierto que existen jueces que efectúan una escandalosa aplicación del principio in dubio pro operario, y que existen leyes que, más que combatir la informalidad sirven para no otra cosa que para quebrar pymes, las necesarias reformas en el régimen de relaciones laborales deben ser materia de un tratamiento integral, y no de medidas más efectistas que fructíferas.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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