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El problema es nuestra deuda social con todos los sectores vulnerados

La Resistencia Ancestral Mapuche


La cosa no es de ahora, pero cada vez ha ido adquiriendo mayor virulencia. Se trata de un grupo de argentinos (y también de chilenos) de origen mapuche que se han nucleado en lo que designaron como Resistencia Ancestral Mapuche (nombre también abreviado como "RAM"), en lo que no es otra cosa que una organización con connotaciones terroristas y con objetivo separatista que opera en nuestro país y en Chile y cuya pretensión es fundar un estado independiente en la zona patagónica de ambos países, que dé cobijo a lo que ellos consideran una nación mapuche.

Y al desígnasela con esas connotaciones (que por otra parte no son mías sino que se las encuentra no solo en publicaciones privadas sino en documentos públicos internacionales) se está indicando que, en procura de ese objetivo y en la etapa que actualmente se encuentra de la estrategia elaborada para lograrlo, el grupo recurre a tácticas violentas enderezadas fundamentalmente a hacer notar su presencia no solo en nuestros dos países, sino que la misma adquiera proyección internacional.

En nuestro caso concreto exteriorizan su accionar con la ocupación de tierras de propiedad privada o la destrucción de edificios, como una estación ferroviaria o una dependencia del gobierno chubutense en Buenos Aires, hechos que se mencionan a título de ejemplo, llevados a cabo en representación de un colectivo que, como se ha indicado, designan como nación mapuche.

Caracterización, la efectuada, que se ve corroborada por el hecho que otros grupos de personas del mismo presunto origen (mapuche) se han manifestado en territorios patagónicos repudiando el maniobrar violento del RAM y reclamando una presencia más visible de la Gendarmería Nacional con el objeto de evitar este tipo de acciones. Todo ello más allá de cualquier exceso condenable que haya cometido o puede llegar a cometer esa fuerza de seguridad en defensa de la ley, el que en su caso tampoco debe quedar impune.

Quiénes somos y no solo los mapuches


Los mapuches están en nuestro país desde antes que mis tatarabuelos desembarcaran de los barcos, aunque después que llegaran los españoles para conquistar y colonizar (ellos al menos así lo decían) estas tierras. Ya que al llegar a lo que es hoy nuestra Patagonia se encontraban allí radicados, entre otros pueblos originarios, los tehuelches a los que por una parte expulsaron y con los que por otra parte se mestizaron.

De donde, cada uno a su manera, mapuches, españoles, y nuestros abuelos inmigrantes tienen en común, y nosotros con ellos, que descendemos todos de ancestros que vinieron a estas tierras a quedarse (lo que no es cierto para quienes solo ingresaron para hacerse la América) y que pesar de estar nuestro origen en la inmigración, ahora somos todos argentinos, por más (y eso debe ser reconocido) que no seamos todos tratados ni nos tratemos de la misma manera y que nos toque vivir a unos y otros en condiciones muy diferentes.

Una realidad, la desigualdad que llega en un extremo hasta la marginalidad, traducida en exclusión, que clama justicia y que debiera ser para todos un cargo de conciencia. Contexto con el que como sociedad hemos convivido sin tener clara conciencia del mismo y, aun teniéndola, no hemos hecho, casi nunca, lo que estuvo a nuestro alcance para remediarlo.

Todo lo cual requiere una salvedad. Que entre todos aquellos a quienes ahora no se nos puede negar la condición de hijos de la tierra, están incluidos los mapuches, pero también una miríada de otros grupos que reivindican su origen indígena, aunque también aparezcan en diversos grados como el fruto del mestizaje. Igual que saboyanos, suizos, alemanes, italianos, polacos, rusos y un sin fin de representantes de otras nacionalidades que llegaron después.

Una supuesta doble culpa ajena que cargamos como sociedad


Son muchas y propias nuestras culpas sociales, aunque existe una mayor inexcusable, cual es haber llegado a ser esta sociedad desastrada que dejamos como una carga sobre los hombros de nuestros hijos y nietos, que tendrán la responsabilidad de superarla en su mayor medida.

Pero también no dejan de pesarnos culpas que son ajenas. Las que tienen que ver, y esa es la primera, no con el trato que como país brindamos a argentinos con menos suerte que la nuestra, entre quienes se incluyen un sinnúmero de aquellos por cuyas venas corre sangre de los pueblos anteriores a la llegada de los españoles. O, lo que es lo mismo, la contracara de la Conquista vista como empresa hasta salvífica. Pecado de origen que apenas puede ser morigerado por la valiosa cultura mestiza que fue consecuencia de la convivencia íntima entre españoles e indígenas.

La segunda de ellas, está referida al hecho que los padres fundadores de nuestra república organizada, la concibieron en realidad como el resultado de una verdadera obra de ingeniería antropológica basada en la concepción de una sociedad trasplantada. En la que los dirigentes criollos de la sociedad post colonial suponían iban a señorear sobre una masa de inmigrantes europeos y su descendencia, la que junto con ellos habían traído, como principal capital, valores, conocimientos y prácticas de la civilización europea.

Esta sociedad, fruto del trasplante, incluía a los hombres del país, entre los que existían descendientes de europeos acriollados, indios, negros y mestizos que ocuparían, si se les daba cabida, un lugar secundario aunque sin negarles, como a los nuevos inmigrantes, las posibilidades de una movilidad social ascendente.

La manera de calmar ese sentimiento de culpa


En tiempos coloniales tanto al indio como al negro se los tenía como inferiores. La negritud era sinónimo de esclavitud. La condición de indio era mejor, en cuanto la institución de la encomienda servía para disfrazar el vasallaje.

La Asamblea del año XIII libró al indio de toda tutoría legal, lo que no implicó un cambio automático de su condición social. Con respecto a los esclavos el cambio fue más lento, ya que en puridad lo único que quedó en claro es que el hijo de esclavo no iba a nacer en esa condición y hubo que esperar hasta 1853 para que la esclavitud fuera abolida en forma plena.

Mientras tanto, los argentinos racialmente negros, no constituyeron un problema para la República naciente, ya que a pesar de ser numerosos en tiempos coloniales, donde constituían más de la cuarta parte de la población, dejaron de ser por su número una masa crítica, y por ende un problema socialmente significativo, a partir de su extinción progresiva como grupo racial. ¿Qué paso con nuestros hermanos negros? Una pegunta que no debemos dejar de hacernos, aunque ahora no viene el caso.

El problema del indio o el indio como problema


Con los indios se trataba de otra cosa, ya que eran muchos (se hace presente aquí también aquello de la masa crítica) y daban cuenta de condiciones y situaciones dispares.

Inclusive antes de seguir adelante con el tema se hace indispensable hacer referencia a la evolución en la forma en que al indio se lo designa. A ese respecto debe tenerse en cuenta que se asiste a una suerte de anatemización de la palabra indio por considerársela dado que era el resultado de una imposición de los colonizadores como forma, así se dice al menos, de destruir su identidad.

Es por ello que las mismas fuentes expresan su preferencia para referirse a los conocidos por indios como aborígenes, vocablo que etimológicamente hace referencia a quienes viven en un lugar desde su origen. Pero de cualquier manera privilegian el uso de la palabra indígena, por considerarla, como lo expresan literalmente, una definición más descriptiva y no limitada a los marcos de la etimología. Ya que apunta a que ellos son los descendientes de quienes estaban en el lugar antes de la llegada de otros que ahora constituyen la sociedad mayoritaria y dominante. Este es por lo demás el vocablo utilizado por la Ley 23.302 que trata "Sobre Política Indígena y Apoyo a las Comunidades Aborígenes".

Mientras tanto ese cambio en la terminología es de importancia por cuanto significa un salto radical en la forma de que el Estado, y con ello la sociedad, los mira. Al respecto debe recordarse que la Constitución de 1853 entre las atribuciones del Congreso incluye la de conservar el trato pacífico con los indios, y promover la conversión de ellos al catolicismo.

Mientras que, después de su reforma en el 1994 esa estipulación ha sido sustituida por otra, en donde entre aquellas mismas atribuciones se incluye la que lo obliga a garantizar el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural; reconocer la personería jurídica de sus comunidades, y la posesión y propiedad comunitaria de las tierras que tradicionalmente ocupan; y regular la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humanos afecten.

Quiere ello decir que, desde la perspectiva política de asimilación de los indígenas ( se trataba de procura su integración social por aculturación), con el trato pacífico a su respecto se debía procurar su conversión al catolicismo, no con un propósito evangelizador (el que estaría reñido con la libertad de culto) sino con una integración social fruto de un cambio en los valores; se pasó ahora a otra que viene implícitamente a dar cuenta del reconocimiento y respeto de la identidad y de la diversidad.

Claro está que ese movimiento de un extremo al otro es en gran medida teórico y, hasta en cierta dosis al menos, hipócrita. Ya que el maltrato –y lo que es peor el desprecio- a nuestros hermanos indígenas ha sido una regla silenciosa pero consecuente en nuestra sociedad, al mismo tiempo que el respeto a la identidad y diversidad cultural, valorables positivamente de por sí, han llegado demasiado tarde.

Es que, a la manera en que se trata a los indígenas en gran parte del norte argentino, sobre todo en la región del gran Chaco, debe agregase que de los bastante menos de doscientos mil mapuches-tehuelches que existen en la Patagonia, solo poco más de un diez por ciento se reconocen como tales y tan solo aproximadamente cinco de cada cien se intercomunican en su lengua de origen

De donde la denominada cuestión mapuche, no solo debe ser insertada dentro de otra más abarcadora, sino que específicamente se trataría por un lado un problema policial (en lo que hace a la actitud y comportamiento del RAM); y por el otro de un problema socio cultural que debe ser atendido como una parte más de la promoción integral de los indígenas argentinos, y no solo circunscribirlo al caso de los mapuches.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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