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Un mundo loco, loco, loco. . .


No se trata de asustarnos, ya que la humanidad ha vivido en el pasado situaciones de mucha mayor entidad de las que en la actualidad se hacen presentes, algunas de los cuales alimentan el desquicio del que nuestra sociedad ha tomado conciencia y del que pretende salir.

A los que voy a referirme son acontecimientos alarmantes que tienen a nuestros chicos y chicas como protagonistas. He leído por Internet en un diario de hoy (escribo esta nota el viernes) y me encuentro con una noticia que da cuenta de una curiosa situación que se vive en Israel, un estado en el que, como es sabido, atendiendo a las cosas que casi cotidianamente allí suceden y que en mayor o menor medida están teñidas de tragedia, ya nadie se asombra de nada.

La noticia en cuestión está relacionada con el estreno en ese país, Israel, de la película IT el 14 de septiembre pasado, una popular cinta de terror basada en una novela de Stephen King, y que ha merecido una ajustada evaluación del crítico de cine de El Entre Ríos, hecha pública un par de semanas atrás.

Es que al parecer en Israel, además de algunas bromas de mal gusto, se han vivido luego de ese estreno, situaciones más graves que las derivadas de un simple susto, lo que ha llevado a la policía hebrea a reforzar las patrullas en parques y espacios públicos, principalmente durante la noche. Es así, como se precisa que más de quince personas fueron arrestadas en relación con "el asunto de los payasos y las máscaras"

Es que, generalmente, el encuentro con alguna de estas apariciones terroríficas se produce cuando alguien se topa, caminando por una calle cualquiera alguna noche no demasiado clara, con lo que se supone que termina siendo no otra cosa que la víctima de una broma pesada. Se ha dado el caso según se menciona de una niña de 10 años, cuyos padres denunciaron habría sido rociada con algún tipo de espray de pimienta.

Mientras que algunos de los payasos, como un joven arrestado el pasado 2 de octubre en la ciudad de Colón, llevaban armas simuladas para aterrorizar a sus víctimas. Algo que es más que una broma de mal gusto, sensibilizada como está la población del país, ante la posibilidad cierta de que, en cualquier momento, puede encontrarse en medio de un atentado terrorista, ya que, como decía mi abuelo, el horno no está para bollos.

Como consecuencia de lo sucedido hubo arrestos, pero no todos los detenidos lo fueron por asustar a la gente vestidos de payaso. Ya que hubieron otros muchachos que se decidieron a salir a la calle a "cazar payasos", formando pandillas de justicieros armados cuchillos, bates de béisbol y otros objetos contundentes, que también terminaron detenidos.

En suma, situaciones parecidas, por no decir casi calcadas, a las que se vienen viviendo en algunos lugares del país estos últimos días, en los que se ve a muchachos y chicas que se pueden considerar privilegiados porque tienen la posibilidad de estudiar (algo que para muchos otros es un derecho fallido) y que en lugar de hacerlo se empeñan en tomar escuelas y colegios, banalizando lo que podría llegar a considerarse reclamos legítimos transformados en una festichola, en la que inclusive se dan situaciones desmedidas (junto a otras, que pintan lo que ocurre como de cuerpo entero, cual es el caso de un chico que logró sus padres "lo dejaran ir, por una sola noche a la toma", al mismo tiempo que juraba que con eso se conformaba). Y que como si esto fuera poco –tal como se expresaban los vendedores ambulantes que se subían a los colectivos urbanos a vender su mercadería- estamos asistiendo a las amenazas telefónicas implícitas a las escuelas en Buenos Aires, pero sobre todo en el conurbano de la provincia de ese nombre, con la advertencia que en el edificio que los acoge está "por explotar una bomba". Comunicaciones telefónicas que se han viralizado, haciendo correr a policías y bomberos de un lugar a otro, sin pausa, y a un costo no despreciable. Un costo que traducido en pesos se estima llega a una cifra que oscila alrededor de los cien mil pesos por caso.

El síndrome de Peter Pan


No estoy seguro que en este caso se pueda hablar de síndrome, si al hacerlo nos referimos a una enfermedad, ya que tan solo nos encontramos con un conjunto de síntomas (entendidos estos como la expresión de un estado de anormalidad) que no tiene en realidad una causa biológica.

Pero de cualquier manera, en la literatura de divulgación de temas psicológicos se comienza por señalar que ese término ha sido aceptado desde la publicación por parte de Dan Kiley, a fines del siglo XIX de un libro titulado precisamente "El síndrome de Peter Pan, el hombre que nunca crece" y que está referido a personas que presentan los siguientes síntomas: idealizar la juventud, para negar la madurez; tener un marcado miedo a la soledad; mostrarse inseguros y con baja autoestima; creerse por su egocentrismo merecedores de recibir y pedir de los demás, sin preocuparse de los problemas de ellos; ser irresponsables; tener miedo al compromiso, como coartador de su libertad ; tener baja tolerancia a la frustración por lo que se sienten permanentemente insatisfechos y no enfrentar sus problemas ni tomar la iniciativa, ni esforzarse en ello.

Mientras tanto, la conclusión que después de este repaso se puede dar, es que esos síntomas no son necesariamente propios de la juventud, y que ellos pueden considerarse como una anomalía. A la vez que a esos mismos síntomas se los puede percibir también en los adultos, dado lo cual se trata de una anomalía que es dable observar en cualquier persona y por ende no es achacable tan solo a la juventud.

De donde se está confundiendo juventud con inmadurez, al mismo tiempo, que el de la madurez es un proceso que se inicia desde el día que se nace y pasa por sucesivas etapas, en todas las cuales está presente la educación unida a las ganas de aprender, y que solo se acaba con la muerte. Ya que si ese proceso se detiene antes de que ella ocurra, debe tenerse por cierto de que se está en presencia de un muerto en vida.

De allí que es una verdad a medias, aquella que vincula los graves problemas que se viven muy jóvenes, en un entorno en el que por diversas circunstancias en la adolescencia se ingresa cada vez a una edad más temprana. De allí ese dicho erróneo que habla de que en la actualidad nuestros niños de vivos que son parecería que hubieran nacidos sabiendo, con responsabilidades paternas (o parentales, según una novísima terminología), cuando no es esto sino una verdad a medias.

Ya que si puede ser cierto que la adolescencia llega más temprano también lo es que son muchos quienes se hacen a la idea que ella nunca termina, habiendo surgido así un nuevo espécimen de padre cual es no el de padres adolescentes (que también los hay) sino de padres que se comportan como tales.

No es por eso extraño que los psicólogos israelíes se hayan ocupado de tratar de explicar el fenómeno It, al que me refería al principio, no hacen otra cosa que repetir lo que se puede encontrar en numerosos estudios y notas sobre el tema. Ello cuando señalan que se hace necesario que los padres impidan que sus hijos participen de un modo u otro en este tipo de salidas, ya que ellos de otra manera se estarían también comportando como adolescentes. Destacando que la adolescencia a los cuarenta se complica cuando los adultos jóvenes de espíritu son padres y tratan de vivir el estilo de vida de sus hijos.

En consecuencia no es extraño ver que algunos papás se van de fiesta con los hijos y otras mamás coquetean con los amigos de las hijas. Para terminar afirmándose que los padres pueden llegar a perder la figura de autoridad, la que ofrece orientación y transmite conocimiento. Es importante tener una buena relación con los hijos, pero debe entenderse que los padres no son los mejores amigos de sus hijos porque no son de la misma edad, ni tienen la misma madurez, ni pertenecen a la misma generación. O lo que es lo mismo (dicho con las palabras de un ex ministro de educación de nuestro país) el vínculo entre educadores y educandos, como también es el caso de padres e hijos, es una relación asimétrica. Necesariamente asimétrica y no puede dejar de serlo.

La nuestra, una sociedad inmadura


Pero no es el caso de descargar la responsabilidad exclusivamente sobre los hombros de los padres, en lo que en realidad es una forma de aliviarnos de la propia, en cuanto nos encontramos ante un caso no ya de responsabilidad, sino de irresponsabilidad colectiva.

Consecuencia del hecho constituimos una sociedad inmadura, inserta en un mundo que no da siempre muestras de serlo en magnitud mayor a la nuestra.

De donde hay otra manera peor de adjetivar a esta sociedad multifacética a la que tenemos la obligación de reconstruir, dando señales de que, dicho en términos groseros, aunque por una indispensable frontalidad cueste decirlo que se acabó la joda, o al menos que así empecemos a comprenderlo.

Porque es la joda la que ya ha costado la pobreza e indigencia en que viven uno de cada tres de nosotros, el estar cada vez más infectados por la droga, la borrachera y el embarazo adolescente, los ni-ni, un sistema educativo que, como se ha señalado, docentes y alumnos por distintos caminos están transformando en una festichola y podríamos seguir.

Pero solo quisiéramos resaltar una culpa: nuestra sociedad ha evitado mostrarse como un mecanismo que permita que todos nos movamos en un proceso de maduración individual, que es la condición básica para transformarse en una sociedad madura.

Tenemos que hacer carne lo que aprendí en el ejemplo de un mayor que volvió a ser joven poco tiempo antes de morir, ya que lo hizo demostrándome que se puede seguir creciendo y aprendiendo hasta la muerte y seguir teniendo y acometiendo proyectos hasta que las fuerzas terminen acabándose.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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