Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
Monseñor Aguer.
Monseñor Aguer.
Monseñor Aguer.
La primera del Arzobispo de La Plata Héctor Aguer y la segunda remitida por un lector ignoto

La digitalización interactiva


En realidad, ignoramos si es correcto hablar de digitalización interactiva, cuando con esas dos palabras nos queremos referir al hecho que no solo en las redes sociales, sino hasta en los sitios de los diarios digitales existe la posibilidad de insertar, a continuación de una nota, un comentario, el que puede seguir en inserciones sucesivas, transformándose un verdadero ping-pong de comentarios encontrados.

Y dentro de ese contexto, cabría encontrar en las "cartas de lectores" en relación a las cuales existe una receptividad variable por partes de los responsables de los editores – que se convierte inclusive en muchos casos en una verdadera censura, la que ha dado precisamente motivo al reconocimiento legal del derecho de réplica -, las que de ser publicadas, nos ponen en presencia de una incipiente, aunque por supuesto incompleta y por ende muchas veces fallida, interactividad.

Aunque en los últimos tiempos en muchos diarios se observa un avance a ese respecto; en tanto y en cuanto, se da el caso, no infrecuente, de ver como un lector contesta la carta de otro lector a la que hace mención expresamente; o cuando no se agrega a la carta, una nota de la dirección del periódico que viene a constituir en puridad una respuesta a aquélla, independiente del hecho que esa respuesta indirecta resulte o no satisfactoria, a la denuncia o reclamo del lector.

De allí también, que como desde hace décadas venimos insistiendo de estas columnas con suerte en verdad esquiva, en el reclamo a nuestros lectores nos escriban, y el hecho que invariablemente hayamos dado prueba de amplia apertura y receptividad al respecto, con la única limitación que se respeten las formas y buenas maneras.

De allí que nos parezca de interés, insertar en estas columnas dos cartas de lectores dirigidas y publicada por un diario capitalino ("La Nación" edición impresa del 12 de octubre pasado) en las que se ponen sobre el tapete dos temas sensibles y por serlo con su conflictividad sobre añadida.

La primera de ellas ha sido dirigida a ese diario por el Arzobispo de La Plata Héctor Aguer y en la misma ese prelado escribe lo que textualmente se transcribe. "En el Hospital de Niños Sor María Ludovica, de La Plata, se ha inaugurado un centro de hormonización especializada en "niños trans". Se ha dado a conocer un primer caso: una niña que quiere ser varón, con el apoyo de sus padres. Está recibiendo un tratamiento para impedir el crecimiento de sus pechos y luego se le inyectará la testosterona necesaria para que parezca un velludo varón. Según se ha informado, no se sabe todavía si resolverá implantarse una prótesis peneana"

"Este macabro artificio está protegido por la ley nacional de identidad de género y se aplica gratuitamente. Basta asomarse al nombrado hospital para conmoverse hasta las lágrimas al ver a una multitud de niños, llegados de toda la provincia, realmente enfermos, con afecciones gravísimas, que esperan turno para obtener una precaria atención que los alivie o los cure, si es posible, cuando les llegue el momento. Sus familiares tienen en sus rostros las marcas de la inquietud y del dolor. Todo este sufrimiento es el costo de una legalidad discriminatoria, ilegítima, inicua, que ha sido impuesta en la Argentina. Se me ocurre una fantasía antiteológica: a la beata María Ludovica De Angelis, administradora por tantos años de esa casa de salud, en la felicidad del cielo, "se le pianta un lagrimón".

La segunda de ellas, firmada por un lector para nosotros ignoto, lo que no se significa que quien la redacta no dé la cara, y de esa manera no se haga responsable de lo que es una seria denuncia (la suscribe Carlos L. Bosch, DNI 4.372.181) viene a proclamar que "lamentablemente la tortura existe en la Argentina de hoy, desembozada, pública y gratuita. Y la practican quienes son pagados por el Estado para cuidar -no para torturar- a los presos: jueces, fiscales, sus superiores ministeriales y guardias, en ese orden. Once presos militares fueron conducidos desde Campo de Mayo hasta Bahía Blanca en un ómnibus de buena apariencia externa, pero que por dentro era un desastre. Fueron levantados los asientos (salvo los de los guardias) y se instaló una reja en la mitad, tras la cual apiñaron a los presos, que podían sentarse en sillitas que no estaban fijadas al piso. Todas las ventanas estaban clausuradas y como único respiradero había un pequeño ventilete en el techo. Viajaron de noche y sin detenerse nunca. El baño había sido eliminado y en su lugar había unas botellitas para orinar y unos tachitos. Sin poder dormir ni descansar, trasladados como hacienda. ¿Los trasladados eran jóvenes? En absoluto, de 80 años y enfermos. ¿Eso no es tortura? ¿No corresponde responsabilizar de todo eso al o a los responsables?"

Las cartas están sobre la mesa, y decirlo así es más que un juego de palabras, es la descripción de una realidad. Y respecto a la primera de las cuestiones planteadas a estar el criterio de un psicólogo que hemos consultado acerca del tema – en lo que es una opinión nuestra que puede ser distinta a la de cada lector, juzgar la realidad, en pos de realizar un juicio de valor –nos dice- no cambiará los hechos.

Sería más bien apropiado, preguntarse por el problema de trasfondo: un contexto sociocultural que dificulta la aceptación de aquello que en algún momento fue tan natural e incuestionable como la identidad de género. De esta manera cabría interrogarnos sobre qué se puede hacer para promover una sincera aceptación de la unicidad del ser humano, con sus particularidades expresadas en cada individuo. Parecería que es esa unicidad la que al no poder ser desplegada en un contexto de hostilidad, despierta en algunos niños la urgencia de querer recurrir a métodos de intervención corporal. Estos últimos podrían pensarse, ni más ni menos, como un medio para un fin: una vía o dispositivo externo para poder expresar más libremente, esta unicidad. ¿Así de difícil? ¿Así de cierto?

En lo que respecta a la segunda carta, cabría recordar que el reconocimiento de los derechos y de su protección efectiva, consecuencia de las garantías legalmente contempladas, debería ser una práctica universalmente respetada, aun en favor de quienes los han transgredido. Ya que de no ser así nos volvemos iguales que aquellos que se supone condenamos, y tan solo lo hacemos de una manera hipócrita.

De todas maneras, toda acción humana que trasgrede la ley es punible y debe ser castigada puesto que "los derechos de uno, terminan donde comienzan los del otro". Por lo que si bien los criminales deben sufrir las consecuencias de sus delitos, nunca bajo ningún punto de vista corresponde que nadie (menos aún autoridades estatales o fuerzas de seguridad) agredan y vulneren derechos de aquellos que están a su cuidado.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

Enviá tu comentario