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"Sepa el pueblo votar" es una famosa y ya casi olvidada frase del presidente Roque Sáenz Peña, con la que vino a acompañar su anuncio vinculado con la instauración de un nuevo régimen electoral, en 1912. Acontecimiento implementado por una ley que, por la trascendencia institucional que tuvo su corajuda autoría, tiene bien merecido que lleve su nombre.

Es que con ella se daba la posibilidad de aventar viejas y dañinas, y por lo mismo deplorables corruptelas en "el acto electoral" – conviene tener esto bien en cuenta, como si estuviera remarcado al imprimirlo en "negritas"- mediante la implementación de mecanismos que aseguraban no solo la obligatoriedad del voto, sino su universalidad (en ese entonces relativa, ya que lo hacían únicamente los varones) a la vez que se amparaba su secreto.

Y si afirmamos que de esa manera quedaba asegurada únicamente la limpieza del "acto electoral" –habrá quien afirme que esto también en forma relativa como hemos aprendido que son todas las cosas de este mundo, y en especial las leyes, ya que su sanción viene acompañada invariablemente con sus trampas-; es por cuanto no sucedía lo mismo con lo que podía llegar a acontecer, y en muchísimos casos hasta acontece en la actualidad hasta en forma sistemática, en la campaña preelectoral e inclusive después del cierre de los comicios, y antes de efectuar el escrutinio definitivo.

De donde cabe concluir que si todos los pingos podrían correr, o corren actualmente, ello no quiere decir que algunos no los hagan con ventajas. Algo que lleva a recordar aquello del "caballo del comisario". Pero de cualquier manera, la elección por el voto popular, con las características mencionadas y a pesar de todos los defectos que sobreviven y que se hace necesario bregar para erradicarlos definitivamente, sigue siendo sino el mejor sistema sin dudarlo el menos malo –a estar a una celebérrima frase del estadista inglés Winston Churchill- de las formas conocidas de gobierno.

Algo que no significa que "la voz del pueblo sea la voz de Dios", o creer a pie juntillas que "el pueblo nunca se equivoca". Ya que si el pueblo está conformado por personas falibles por naturaleza, su conversión en un todo, no lo vuelve investido de infalibilidad. Ya que corriendo respetuosa y con toda la consideración que merece aquella frase y su autor, habría que acotar que para "saber" votar es necesario primero "aprender" a elegir bien, y es poco y nada lo que se nos ha enseñado por parte de lo que se tiene por nuestra dirigencia –de "referentes" se habla ahora, desjerarquizando todavía más aquella designación- la que tiene que hacerlo por sobre todo no por las palabras, sino dando el ejemplo con sus actitudes y comportamientos.

Y en ese "aprender" que no es ni pretende ser un saber, debe verse un proceso continuado y a la vez siempre inconcluso, ya que exige para comenzar con revestirnos de una humildad que nos preserve de la soberbia presente en aquellos que equivocadamente consideran – que así se lo crean honestamente es otra cosa- que "nunca se equivocan". Es que de los errores se aprende, al menos tanto o más de que se los olvida.

Es por eso y para decirlo utilizando palabras francas, los comicios del domingo son en realidad algo más que la posibilidad que se nos brida de señalar a quienes deben ocupar bancas de diputados y senadores. Todos los ingredientes que acompañan a estos por esa circunstancia "extraños comicios", así no solo lo dan a entender, sino que lo confirman. Es que asistimos a jornadas en las que no hemos llegado las más de las veces a conocerle siquiera la cara a los candidatos, y mucho menos escucharlos y saber de su ideario y de sus propuestas en materia de gobierno. Todo ello acompañado de una seguidilla de toda suerte de culebrones en materia política, y una ciudadanía callada, lo cual no significa necesariamente apática, ni desinteresada, ni resignada, sino que se la percibe como dotada de un silencio atento y hasta vigilante.

Lo que no quita que se esté ante presencias que siguen incólumes, como es el caso de Lilita Carrió, ejercitando con una sorprendente flexibilidad, la que lamentablemente Lisandro de la Torre carecía, el rol de "fiscal de la República". Y el caso del ecuatoriano Durán Barba verlo sorpresivamente no solo como el gurú de Macri, sino de una manera solapadamente subrepticia de la señora de Kirchner, aunque en ambos casos se asista a la falencia de que a ninguno de los dos le enseñó a bailar.

Y si atendemos al ex canciller Taiana, pasmados al verlo exudando los restos de su sangre montonera, y desde un escenario de 360 grados, al que ahora han puesto de moda los políticos, verlo gritar con los brazos en alto intercalando en lo que no era sino un amague de perorata la consigna "patria o colonia" que pudo escucharse cuando acababan los 40 del siglo pasado, que podía haber sido un resurrecto remedo de aquel "Federación o muerte" de nuestras casi primeras guerras civiles; o lo que resulta más extraño todavía en ese momento y lugar verlo también proferir que el que "no salta es un inglés", mientras que no dejaba de saltar, trayendo a la memoria colectiva la imagen de un doloroso desatino. Frente a lo cual qué tan lejos y qué tan cerca parece estar todo, arracimado en una mescolanza que tiene algo de alucinada (¡¡!!)

Y si nos interrogamos acerca de lo que representa el domingo, o de manera más directa "lo que se juega el domingo", nos encontramos que todo resultaría desvirtuado, si nos entretuviéramos en señalar nombres y apellidos de todo tipo de personajes que han pasado por las pasarelas a lo largo de todos estos años, que se transforman en décadas sin hesitación alguna. Muertos vivos y vivos muertos.

Pero lo que en cambio se hace necesario llevar a cabo es un repaso de la calidad y resultado de las gestiones gubernamentales, a todos los niveles, a lo largo de este último cuarto de siglo en el que la democracia ha aflorado débil y hasta veces con apariencia exangüe, pero que lo ha hecho -según nuestra convicción que tiene mucho de esperanza- para quedarse.

Desde el nivel municipal hasta el nacional pasando por el provincial con figuras que permanentemente jugaron a la perpetuación en sus sillones, como fue el caso de Menem con su intento fallido de lograr la re-reelección, hasta el "enroque que no fue" que intentaron los esposos Kirchner. Y efectuar de esa manera un "control de calidad" no ya solo de gestión sino de los resultados, de esos resultados que, por otra parte están a la vista, y la verdad sea dicha muestran poco de qué enorgullecerse

Teniendo a la vez en cuenta que la elección de dos años atrás, no fue en gran medida sino otra forma de exteriorizar sentimientos muchas veces inflamados hasta de manera enfermiza. Que ese proceso no se ha agotado todavía y lo que ahora está sobre todo en juego es la posibilidad de avanzar en dirección a un futuro distinto, que no necesariamente será liderado por el actual oficialismo nacional. Ya que este –y sería una injusticia infravalorar su importancia- lo que está haciendo no es otra cosa que procurar mantener a nuestra sociedad en ese precario equilibrio inestable en el que se encuentra y tratar de sentar las "bases de previsibilidad" de que ahora carecemos, y que resultan indispensables para poder llegar a construir ese "país en serio" del que nos hablaba Néstor Kirchner y nos llevó, desafortunadamente, adonde con su cónyuge supérstite llegamos...
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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