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El gurú de Macri, en un libro que acaba de publicar (Jaime Durán Barba, "La política del siglo XXI"), señala que "entre 2014 y 2016, la humanidad creó tanta información como toda la que pudo acumular desde la prehistoria hasta 2014". Esa aserción puede ser exacta, pero la cuestión no es novedosa, ya que hace décadas que a lo largo del mundo en ámbitos intelectuales se viene hablando acerca de un fenómeno que se designa como "aceleración de la historia". Algo comprobable si se compara el mundo en el que vivían los abuelos de los chicos de hoy, con aquel en el que ellos han nacido. Y ni hablar de cómo será el mundo en el que, a los mismos, les tocará vivir.

Pero la cuestión no es que el mundo se acelere -cosa que seguirá haciendo, salvo que la locura nos lleve a un holocausto nuclear- sino que cada vez lo hace a mayor velocidad, sin que tengamos tiempo siquiera de acomodarnos a los novísimos y cada vez más rápidos cambios que se instalan entre nosotros, y que no llegan para quedarse -como habitualmente se dice- sino para ser reemplazados por otros.

No se trata ni de repetir siquiera, la historia del artesano tonelero -son muchos los que ignoran la importancia que en un momento tuvieron los fabricantes de "barricas", respecto a las cuales se ha dado el caso que un investigador social francés encontrara en esos artesanos la semilla concreta del anarquismo moderno- ni la del fabricante de paraguas y su triste destino. Al paso que vamos, existen quienes afirman que dentro de un quinquenio los empleados bancarios quedarán reducidos en una treinta por ciento; en lo que es un aviso para quienes al comenzar a trabajar ven su futuro en esa actividad, todo ello como consecuencia de la digitalización creciente de ese tipo de tareas.

Un estado de cosas que ya ha provocado la inquietud de nuestro conocido Hugo Moyano, preocupado ante la circunstancia que las entidades bancarias hayan decidido enviar a sus clientes los resúmenes de sus cuentas corriente por internet; privando de esa manera de trabajo a los transportistas que distribuían esos mismos resúmenes en hojas de papel.

Pero don Hugo -y con él todos los camioneros- tienen motivos muchos más serios de los que preocuparse. Es que ya debe considerarse un hecho que en un futuro no muy lejano camiones sin chofer, en un lapso de aproximadamente diez años, serán reemplazados por algún tipo de robot; o sea, para decirlo de una manera más cruda, que para ese entonces la de camionero pasaría a ser "una especie en extinción". En extinción y no extinguida -vale la salvedad-, ya que como se sabe las transiciones por rápidas que sean no son abruptas; la prueba de lo cual se encuentra en que los más viejos de nuestros lectores han sabido -y lo han visto por muchos años- de la supervivencia de carros y carreros.

Algo que no quita que no se deba atender a un aviso; se da el caso con imágenes que muestran a un "camión autónomo" de Uber entregando 50 mil latas de cerveza en Colorado Springs, una localidad de un estado de donde se ha tomado ese nombre, en los Estados Unidos.

Un temor fundado si se tiene en cuenta que declaraciones que quisieron ser tranquilizadoras del actual secretario del Tesoro estadounidense, en el sentido que la pérdida de empleos como consecuencia del desarrollo tecnológico es algo de lo que habrá que preocuparse dentro de "50 a 100 años", no hoy ; sufrieran un mentís que sonó casi a bofetada cuando se señaló que ese alto funcionario "probablemente no se ha paseado por una planta de ensamblaje de automóviles en los últimos 15 años, donde se podría haber percatado que, para dar un solo ejemplo, todos los soldadores han sido reemplazados por robots que hacen remaches con una precisión que es humanamente imposible".

Ni siquiera más tranquilizador para nuestros amigos camioneros resulta la aseveración de que -hablando sobre su trabajo como los conocemos hoy en día- aunque no llegó a admitir que sería totalmente eliminado, el ejecutivo concedió que se verá transformado dramáticamente por la tecnología.

Algo que en cambio serviría para aliviar temores, es el pronóstico que al principio de su despliegue los sistemas de conducción autónoma actuarán más como copilotos cibernéticos que como sustitutos de los choferes. De donde algunas partes del viaje de un camión equipado con tecnología de auto conducción serán totalmente automatizadas, pero otras, sobre todo cuando los camiones circulen en centros poblados, aún requerirán de la operación humana.

Mientras tanto, en el ámbito automotor la inquietud debería ir más allá de lo que hace al problema del trabajo de los choferes. Es que toda la actual industria automotriz está ante la posibilidad de llegar a implosionar de no elaborarse de inmediato una estrategia drástica de reconversión. Ya que se trata no de preguntarse qué debe hacerse no es si los vehículos diesel y de gasolina dejaran de circular en algún momento; sino cuándo saldrán de las carreteras, ya que la cuestión pasa por el hecho que los motores de combustión desaparecerán mucho más rápido de lo que todos esperamos, según una alta autoridad de la Unión Europea.

Es en ese sentido que pasa la misma fuente a recordar "funestos precedentes" vividos en ese continente en ámbitos como el de las telecomunicaciones. Da así como un ejemplo a no menospreciar el de la finlandesa Nokia, presencia en su momento superlativa en el mercado de Smartphones. Antaño bandera europea de la innovación, hoy es una sombra de lo que fue en un sector sin referentes made in Europe, dominado por empresas estadounidenses (Apple), chinas (Huawei) y surcoreanas (Samsung). "Si el sector del automóvil quiere ser competitivo a largo plazo tiene que adaptarse a los cambios. En la década de los 2000 no creímos en el teléfono inteligente y perdimos", termina en forma contundente.

Ello así, por cuanto el cambio hacia el coche eléctrico supondrá un enorme vuelco que afecta a toda una cadena de valor que incluye a proveedores de material, fabricantes de piezas o concesionarios. Mientras China arrebata a Estados Unidos el liderazgo mundial del coche eléctrico, no es momento de discusiones ociosas, ya que se trata de avanzar en una primera etapa a una construcción programada de puntos de recarga para las baterías, ante la inminente llegada de los automóviles eléctricos, los que están más cerca inclusive que a la vuelta de la esquina.

De allí la impresión, que va a ser creciente, que el futuro es como una ola gigante que se nos viene encima para tragarnos. No tiene en cambio que ser así, y no va a suceder en la medida que frente a la situación nos manejemos de la manera adecuada. Es que de lo que se trata no es de ponerle el pecho a la ola, sino aprender a "surfear" sobre ella.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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