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Los diarios estadounidenses que se ocupan de ella, coinciden en afirmar que se trata de una "historia triste". Afirmación que parte de la idea que toda historia para no serlo así, debe necesariamente tener lo que se conoce como "un final feliz". Cuando en realidad la vida nunca parece tener finales felices, salvo para los tocados por la gracia de la fe.

Nuestra historia triste es un drama que vivió una familia de Michigan, pero que pudo haber tenido como protagonista a otra de cualquier parte; incluso aquí, como casi con certeza pudo haber ocurrido. Todo comenzó, según se dice, en un excepcionalmente soleado día de marzo, cuando una mujer de 37 años y madre a ese momento de cinco criaturas, llegó junto a su marido a un hospital.

La mujer padecía un dolor insoportable de cabeza -ese algo que los médicos llaman cefalea-, el que venía acompañado por recurrentes e imparables vómitos. El diagnóstico no se hizo esperar, como generalmente ocurre en lugares donde existen hospitales que, además de llevar ese nombre, realmente funcionan como tales. Los síntomas que aquella mostraba eran fruto de un agresivo cáncer cerebral. De allí en más el tumor, según se añade, no dejó de crecer y reproducirse y todos los intentos por frenarlo fallaron. Se aclara que inclusive de nada siquiera sirvió extirparlo.

De cualquier forma habíamos pasado por alto, en un relato de por sí doloroso, un "detalle" -si se lo puede mencionar de esa manera- que añade mayor dramatismo a algo que ya era un drama. Ocurrió que los médicos que diagnosticaron el cáncer de la mujer, le dijeron también que estaba embarazada de ocho semanas. Y le hablaron de uno de esos tratamientos de quimioterapia, de los que todos conocemos, y que además se ser física y espiritualmente devastadores tienen un final incierto.

Los mismos médicos, al comunicar tanto el diagnóstico del cáncer como darle a la vez noticia de su embarazo, y de señalarles las expectativas que abría un tratamiento como el descripto, añadieron que la iniciación del mismo iba a significar la muerte de la criatura que llevaba en su seno. Algo que en definitiva significaba el planteo de un dilema de hierro.

Es que no se trataba de otra cosa que proseguir el embarazo y renunciar a la quimioterapia, o dejar a esta de lado y apostar a que la madre se mantuviera viva hasta el momento de dar a luz a su hijo. Según el marido, su mujer no dudó siquiera: optó por que la gestación siguiera su curso, ya que ella en forma contundentemente terminante manifestó que a su bebe ella lo quería, y Dios lo había dado a este bebé.

Terminó marzo, transcurrieron abril y mayo, y ante un agravamiento de su estado, la enferma fue trasladada a un hospital de mayor complejidad. En la información periodística, al llegar a este punto, se hace referencia al hecho que "su cerebro no aguantaba la presión del tumor y a las pocas semanas de su ingreso, perdió la conciencia. Ya no la recuperaría. Intubada y con respiración artificial, su existencia se redujo a mantener con vida al feto".

A pesar de estar postrada en ese estado la madre, el desarrollo de la criatura proseguía su curso, aunque apenas se movía. Llegó así septiembre y en la madrugada del 6 a la madre yacente se le practicó una cesárea, y nació una niña de 24 semanas que pesó 50 gramos y a la que de inmediato se la bautizó con el nombre de Vida.

Tras el nacimiento, los médicos retiraron el soporte vital a la madre. Su marido se quedó a su lado tomándole la mano, mientras, se afirma, le decía que había hecho bien, que la quería. A los tres días, la mujer murió. Vida apenas la sobrevivió once días. Fue en ese momento cuando, según se relata, el padre escribió a Dios en su cuenta de Facebook: "¿cómo te has podido llevar a las dos?".

¿Una historia triste? Sin duda lo es, pero a la vez conmovedora, y sobre todo ejemplificadora, ya que viene a dejar en claro la necesidad de que todos "apostemos a la vida", aunque no sea necesariamente la propia. Salvo que se considere que la vida en sí misma es una apuesta, que se ve confirmada con cada decisión nuestra y que siempre tiene un poco de azarosa.

No se trata aquí de la célebre "apuesta de Pascal" que, según puede leerse, en el argumento creado por el filósofo y matemático francés Blaise Pascal en una discusión sobre la existencia de Dios, argumentó que el supuesto de esa existencia es una cuestión de azar. Es que según su postura, aunque no se conoce de modo seguro si Dios existe, lo racional es apostar a que sí existe. La razón es que, aún cuando la probabilidad de la existencia de Dios fuera extremadamente pequeña, tal pequeñez sería compensada por la gran ganancia que se obtendría, o sea, la gloria eterna.

De cualquier manera en nuestro caso, también nos encontramos ante una apuesta, aunque de otra naturaleza. Apuesta que hizo una madre, y que la perdió doblemente. Pero que nos deja la muestra del valor que se tiene, cuando se apuesta, aún sabiendo que las posibilidades de perder son muchas, pero a pesar de ello se tiene la esperanza que suceda lo mejor.

"Palabras, palabras, palabras", habrá quien diga. Pero, ¿se trata meramente de palabras?
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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