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Una biblioteca con 1700 empleados.
Una biblioteca con 1700 empleados.
Una biblioteca con 1700 empleados.
Nuestro presidente en su mensaje del día lunes al mismo tiempo que señaló metas, se encargó de desnudar la canibalización del Estado nacional, que es como decir de todos los estados que conforman a aquél, ya que esa autodestrucción se hace presente a nivel de las provincias, sin olvidar los municipios. Y al aludir a su canibalización, a lo que nos estamos refiriendo es que al Estado no solo se lo roba y se lo gestiona con incuria e ignorancia sino que, para colmo de los colmos, se lo descarna día a día, a través del irregular y permanente goteo de nuevos empleados transfundidos en su cuerpo, y que de esa forma vienen a actuar como "chupasangres", tal como lo se lo escuchaba decir en el lenguaje de los carreros.

Claro está que nuestro presidente no hizo referencia a la situación que ha quedado descripta en esos crudos términos y, con debida y encomiable compostura, se cuidó muy bien de hablar de caníbales, canibalismo y canibalización. Es tarde para que lo hubiera hecho antes con esos términos. Y en esa omisión se hace presente una muestra de serena prudencia. Aunque existen quienes todavía, a casi dos años de su asunción, se lamentan que no hubiera sido convocado un grupo de notables formados y de insospechable honestidad -tanto aquí como en el extranjero de ser ello aconsejable- para que confeccionaran un trabajoso informe "acerca del estado en que había recibido a la Nación".

Que se entienda bien, no un mensaje acerca del "estado de la nación", que es un rito anual que cumplen los presidentes estadounidenses, sino para que quedara claro de donde se arrancó. Algo que no significa lo mismo que el caso de un proceso de aceptación de herencia con beneficio de inventario, ya que a los gobiernos se los recibe en un solo bloque, en el que aparecen las vaquitas frente a las penas.

Que hizo bien o mal en abstenerse de así disponerlo es cuestión opinable, pero a la cual el paso del tiempo la ha convertido en algo que es y se debe considerar irrelevante, si no recordáramos hasta qué punto nos fascina discutir en torno a cosas pasadas y en nuestro fallido pero insistente propósito de sacar trapitos a un sol tragado por el crepúsculo vespertino.

Pero en una sociedad como la nuestra, golpeada por "salideras" y "entraderas" y asolada por los "okupas" resulta extraño que a nadie se le haya ocurrido describir uno de los aspectos que lastiman a nuestro estado y lo han dejado exangüe, desde esa perspectiva. Porque cierto es que la situación archiconocida y repetida hasta el cansancio es la de ver a los flamantes funcionarios ejecutivos, a los legisladores y aun, porque no, a alguno que otro magistrado acercarse al poder acompañado de una cohorte de familiares, amigos íntimos y no tanto y, seguidores de toda laya. Sin contar a los colados de último momento a los que se ve ingresar de una manera casi subrepticia por la puerta a la que se supone angosta de las estructuras oficiales, pero que ellos han vuelto ancha al momento en que se los ve salir de cada edificio estatal en un verdadero tropel cuando concluye la jornada. Sin computar a tanto otros, que no se los ve salir porque tampoco se los ha visto entrar, ya que el único trabajo que hacen es pasar por el cajero a la hora de cobrar.

Y lo más grave es que hubo un momento difícil de precisar en el que se dejó de ver a una infinidad entrar por una puerta ante el fin de un gobierno, al mismo tiempo que se veía a una cantidad parecida de empleados cesados salir por la otra. Cosa que aparecía como lógica y hasta razonable aunque no lo era, ya que lo correcto hubiera sido que a lo largo de tantos años se organizara una burocracia profesional a la que se ingresara por concurso y, de allí en más –meritocracia mediante- se ascendiera por escalones.

Así no sucedió, sino que se eligió esa alternativa que ha convertido al Estado en un ente obesamente hipertrofiado y carcomido del que nadie se va y, al mismo tiempo, al quedarse todos y seguir llegando más, pareciera que nunca va a parar de crecer, hasta que llegue el instante de. . . reventar.

Todo ello con un agravante más. Que en sus momentos iniciales, una práctica de "acomodos" de este tipo –siempre ha habido acomodados y siempre los habrá- significaba una manera de disfrazar la desocupación de los que menos tenían, lo que se traducía en empleos para trabajos manuales que no exigían ninguna capacitación y cuya remuneración era acorde sino con la calidad de su trabajo, con lo que imprecisamente podía llamarse su productividad. Sin embargo, para colmo de males, al tiempo que el Estado comenzó ese proceso de indigesta obesidad se comenzó a dar el caso de que quienes entraban en oleadas para quedarse, sin que a nadie se lo hiciera salir, el que no estaba constituido por ese segmento de desocupación disfrazada a que hemos hecho mención, sino por un nuevo tipo de personas sedicente con capacidad y formación, que consideraban como natural que se los convocase para ocupar sillones en espaciosos despachos con abultadas retribuciones –que por otra parte no dejaban de considerar como injustamente insuficientes- para en la mayoría y en el mejor de los casos no hacer otra cosa que "asesorar".

De donde nuestro Estado guarda un eufemístico parecido con "la casa tomada" de la que nos dice Julio Cortázar en uno de sus relatos. Ello explica que el Presidente en la ocasión de su aludido discurso, y como al pasar, se haya referido al caso de la Biblioteca del Congreso, "que tiene más empleados que las bibliotecas más grandes del mundo, la que pasó de menos de 500 a más de 1700 empleados en los últimos años", en contraposición a la del Congreso de Chile que tiene 250 empleados, dando un número en el que han de "sobrar" unos cuantos.

No se trata de formular juicios morales, ni de estigmatizar ante tanto burócrata aparentemente nacido fallado y fallido como tal. A la vez que debemos reconocer y remarcar la existencia de tanto funcionario o empleado público dedicado, probo y capaz, que los hay en mayor número del que todos podemos suponer, y que es de toda justicia, más allá del macabro cuadro esbozado, reivindicar

Es que lo único que importa, y está claro, es que como sociedad con un estado de esas características estamos en un brete del que tenemos necesariamente que salir, con la dificultad que representa hacerlo sin costo humano alguno, algo que es a la vez difícil y necesario soslayar.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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