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El mes pasado el papa Francisco convocó en Roma a un Congreso con el lema "(Re) pensar Europa: una contribución cristiana al futuro del proyecto europeo".

Durante el mismo, Francisco dirigió un mensaje sobre el tema de reflexión, que contiene enseñanzas que podríamos recoger en miras a esta tarea acuciante que a nosotros nos toca asumir, cual es la de "repensar a la Argentina", como primer paso indispensable para volverla mejor. Un traer a colación que cabe considerar oportuno, teniendo en cuenta las propuestas que acaba de poner sobre la mesa nuestro presidente Macri, en un aporte útil para que encaremos de una vez por todas, las necesarias discusiones sobre cuestiones fundamentales que hacen a nuestro futuro y a las que una y otra vez, de una manera persistente, no hemos hecho otra cosa que escurrirles el bulto.

A la vez, entre las que son las reflexiones de Francisco para ayudar a repensar Europa, ocupa un lugar privilegiado las que tienen que ver con el diálogo, su necesidad, características, formas y objetivos, las que nos vienen "como anillo al dedo" y que por ello consideramos adecuado reproducir en forma textual.

Es que luego de referirse a lo indispensable que resulta la creación de un "un espacio de solidaridad", lo que significa en otras cosas trabajar por una comunidad inclusiva; algo que a la vez implica de hecho que nos apoyemos mutuamente y, por tanto, que no pueden ser solo algunos los que lleven pesos y realicen sacrificios extraordinarios, mientras que otros permanecen enroscados defendiendo posiciones privilegiadas, viene a dar lugar a la necesidad del diálogo en esa construcción. Es que la creación de "un espacio para la solidaridad" tiene como pre-requisito la creación de un "espacio de diálogo".

"...no se puede permitir perder la oportunidad de ser ante todo un lugar de diálogo, sincero y constructivo al mismo tiempo, en el que todos los protagonistas tienen la misma dignidad. Estamos llamados a construir una (Argentina) en la que podamos encontrarnos y confrontarnos a todos los niveles, así como lo era en un cierto sentido la antigua ágora. Ella era, de hecho, la plaza de la polis. No solo un espacio de intercambio económico, sino también el corazón neurálgico de la política, sede en la que se elaboraban las leyes para el bienestar de todos; lugar hacia el que se asomaba el templo, de tal modo que a la dimensión horizontal de la vida cotidiana no le faltara nunca el aliento trascendente que mira más allá de lo efímero, de lo pasajero y provisorio".

"...Favorecer el diálogo -cualquier diálogo- es una responsabilidad fundamental de la política y, lamentablemente, se nota demasiado a menudo cómo esta se transforma más bien en un lugar de choque entre fuerzas opuestas. Los gritos de las reivindicaciones sustituyen a la voz del diálogo. Desde varios lugares se tiene la sensación de que el bien común ya no es el objetivo primario a perseguir y ese desinterés lo perciben muchos ciudadanos. Encuentran así terreno fértil en muchos países las formaciones extremistas y populistas que hacen de la protesta el corazón de su mensaje político, sin ofrecer un proyecto político como alternativa constructiva. El diálogo viene sustituido por una contraposición estéril, que puede también poner en peligro la convivencia civil, o por una hegemonía del poder político que enjaula e impide una verdadera vida democrática. En un caso se destruyen puentes y en el otro se construyen muros".

"(Se trata entonces)? de favorecer el diálogo político, especialmente allí donde está amenazado y prevalece el enfrentamiento. Los cristianos están llamados a dar nueva dignidad a la política, entendida como máximo servicio al bien común y no como una ocupación de poder. Esto requiere también una adecuada formación, ya que la política no es "el arte de la improvisación", sino una alta expresión de abnegación y entrega personal en ventaja de la comunidad. Ser líder exige estudio, preparación y experiencia".


De esa manera queda explicitado algo tan obvio que da la impresión de que no hace falta agregar nada más, ya que lo expresado es comprensible sin esfuerzo y no habría en principio la menor dificultad de ajustar a ello nuestro comportamiento de esa manera tan natural, que pareciera no necesitar la exigencia de precepto alguno.

Pero no solo nuestra realidad actual sino toda nuestra historia, salvo esas excepciones temporales que no hacen sino confirmarla, entre las facetas más autodañinas que exhibe se encuentra nuestra dificultad no ya para entendernos, lo que sería lo ideal, sino siquiera sentarnos y mirarnos de una manera amigable como primer paso para arribar a consensos, o como antes se decía "para entendernos".

Es que en el llegar a entenderse está no otra cosa que "la madre del borrego". Ya que en los casos verdaderamente paradigmáticos -como ahora también se dice- en que lo hemos logrado, no solo nos hemos sentido como parte de una empresa común, sino que hemos obtenido resultados sorprendentes y abundantemente satisfactorios.

Los "valores y principios" deben ser inconmovibles y por ende innegociables, pero entre ellos y los problemas que debemos enfrentar en forma cotidiana existe una distancia de tal magnitud, que quedan la mayoría de ellos al margen de las cuestiones vinculadas con el día a día -y a un indefinido más allá- a los que debemos dar respuesta.

Mirando muy cerca, fue la "intransigencia" lo que impidió que Arturo Frondizi, uno de los pocos estadistas que nos dio el final del pasado siglo, pudiera consolidar su programa. El de Arturo Illia es un caso aparte, en cuanto se trató de una suerte de complot inorquestado en el que convergieron militares y sindicalistas; pero también cabe preguntarse si no hubieran podido llegar a ser distintas las cosas con Carlos Saúl Menem en el poder, si frente a sus intentos privatizadores, en lugar de asumir posiciones cerradamente irreductibles, se hubieran buscado entendimientos que permitieran que ellas quedaran despojadas de hasta la mínima torpeza y posibilidad de corrupción. Máxime cuando el pacto de Olivos nos llevó una reforma constitucional que, en sus partes positivas, está lejos de completarse.

Pero de lo que estamos seguros es que no contribuyen a abrir un ámbito de diálogo las reacciones que ha provocado la detención, formalmente cuestionable, de nuestro Amado desamado y con aires de simpático cachafaz, que ha llevado a que Hebe de Bonafini en una manifestación enajenada haya insistido (con otras palabras) en aquello de "Macri basura, vos sos la dictadura", vaticinando en una suerte de sortilegio que "el presidente Macri y los jueces de la Corte Suprema van a reventar como sapos", y a Luis de Elía convocando al "armado de un comando táctico estratégico en todo el país, dejando de jugar a las muñecas y el progresismo blanco", como aquellos que le permitieron, en su momento, "hacerse de una comisaría" o lastimar a trompazo sucio a un manifestante de una marcha que lo enervó.

Haciéndola corta: el diálogo es el único camino para sanar "la grieta". La que ahora nos duele, y toda otra posible.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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