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Me pasó a mí, pero pudo haberle sucedido a cualquiera. O mejor dicho, seguramente ya le pasó a más de uno. Me acerqué el banco. Traspuse la puerta de la cabina donde me esperaba el cajero. Saqué la tarjeta de mi bolsillo y la metí en la forma correcta. Desde la pantalla recibí el saludo: "Bienvenido Benicio". Y empecé a tocar botones. Luego de hacerlo aparecieron las opciones. Volví a los botones y, haciéndola corta, apareció en la pantalla otro texto que me decía que la operación de extracción no podía continuar porque no había dinero disponible en esa máquina, a la que vi infernal. El consuelo estuvo en que no se me quedó con la tarjeta, bien atragantada, como pudo llegar a pasar.

¡Qué fatigoso se hace el tiempo en todas partes, para hacerse de unos pocos pesos! Aunque hasta cierto punto, en ese caso, mía fue la culpa, ya que me debería haber percatado qué significaba que no hubiera nadie haciendo cola justamente frente a ese cajero. Quise probar con otro vecino al que conmigo se portó tan descomedidamente. Corrí igual suerte.

Y me pregunté, por qué al menos no se los programa a los cajeros para que nos enteremos de entrada, con lo que nos tenemos que encontrar.

Demás está decir que ese no es el único problema con que nos topamos y con el que tenemos que lidiar en esa maratón de paciencia que es ir a un banco, y que no son sino mínimos sabotajes a la "bancarización", de la que tanto se escucha hablar y tanto motivo da para desconfiar.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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