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Nos acordamos todos de María Elena Walsh y de su mundo del revés. Una de cuyas formas de manifestarse se da hoy en el comportamiento de "comprar-tirar-comprar". Algo que no sucedía en tiempos de nuestros tatarabuelos -e inclusive después- donde el reloj de bolsillo con tapa, cuando se tenía la suerte o la fortuna de tenerlo, era una herencia que se trasmitía casi religiosamente de padres a hijos.

La moda, y su obsesiva y cada vez más acelerada mutación, fue una excusa para ese comprar, tirar y volver a comprar. Pero no se trata tan solo de echarle la culpa a sus cultores.

Ya que según se afirma, en un tiempo que nos parece tan lejano como los años veinte del siglo que se fue, hubo un momento en el que viajaron a Suiza con el objeto de reunirse maduros directivos, con apariencia de respetabilidad extrema, de las enormes empresas General Electric, Osram y Phillips, los casi exclusivos fabricantes mundiales de las lámparas eléctricas de luz, y se pusieron de acuerdo en que, de allí en más, solo fabricarían bombitas con una vida útil máxima de mil horas, aunque pudieran "quemarse" antes.

Sin que a ellos se les ocurriera describirlo con esas palabras, había nacido lo que ahora se conoce como obsolencia programada. O sea una obsolencia tramposa, inimaginable como una ocurrencia a la que pudieran atreverse señores tan respetables.

Obsolencia programada que no es una práctica todavía abandonada, ya que sigue bien viva, y hasta vivita y coleando y que nada tiene que ver con la auténtica obsolencia, que es la que se hace presente cuando caen en desuso máquinas, equipos o tecnología, no como consecuencia de su mal funcionamiento o incorrecta inutilización, sino por cuanto, tal como se recalca y resulta importante hacerlo, por un insuficiente desempeño de sus funciones en comparación con las nuevas máquinas, equipos y tecnologías introducidos en el mercado.

De donde los acelerados avances de la ciencia, y sus cada día mayores y variadas aplicaciones hace que, más que pensar en comprar y tirar para volver a comprar, nos veamos forzados a hacerlo como consecuencia de un número creciente de ingenios que abrumadoramente se ponen a nuestra disposición.

Así, hace de esto diez años atrás, ¿habría muchos que se detuvieran a pensar en toda las cosas que podríamos llegar a hacer con un minúsculo teléfono celular?
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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