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Hoy, según afirma la agencia de la ONU para los refugiados palestinos, casi la cuarta parte de los muertos en la zona de Gaza son niños. Más allá de la responsabilidad que le corresponda al gobierno israelí, ya que los menores están especialmente protegidos por el Derecho Internacional Humanitario, por algún motivo siempre que se producen conflictos bélicos o situaciones de crisis, el primer blanco son los chicos.

No sólo son víctimas de la guerra, sino también de la pobreza. El Gobierno de Estados Unidos no sabe qué hacer con la cantidad inmensa de niños que llegan a su frontera huyendo de la violencia, inseguridad y pobreza de sus países de origen, en general de Centroamérica y México. Mientras la comunidad internacional le reprocha a la administración de Obama las malas condiciones a las que son sometidas estos menores como inmigrantes ilegales, la queja también debería ir hacia esos países que expulsan a sus chicos, quienes deberían ser destinatarios de la mayor protección.

Nos asombramos frente a la ola inmigratoria que llega a USA, pero también deberíamos hacerlo todos los días con los desplazados de las guerras civiles africanas, de los niños soldados usados por estructuras militares para cometer atroces crímenes, privándolos de su inocencia y a la larga, de su vida. Muchos de ellos no llegarán a los 20 años.

Lo que no entendemos es que cada vez que un niño se pierde, se pierde también el futuro de un país. No es por nada que se dice que los jóvenes son la clave para que haya un mañana, no son palabras de poetas o filósofos. Es la realidad y es por ello que nuestros esfuerzos deberían estar puestos en generar las condiciones para que este grupo de la sociedad pueda desarrollarse de forma sana y plena.

Los países no crecen sólo porque se descubre una mina de oro, un pozo de petróleo, o porque el mundo de repente demanda una materia prima de la que somos productores. En todo caso, este crecimiento es momentáneo. Es en la inversión de las generaciones futuras en donde yace la clave para el crecimiento a largo plazo.

Es quizás la inversión más riesgosa, dado que muchos de sus frutos no los veremos. No obstante, es también la más necesaria.

Pareciera que las diferentes naciones están de acuerdo en proteger a los chicos. O al menos así lo manifiestan por escrito al comprometerse a través de acuerdos internacionales. Sin embargo, sus acciones contradicen la palabra empeñada.

Nos queda entonces a nosotros salir a protegerlos. Muchos creerán que no se puede hacer nada, pero esto es una falacia. Los consumidores lograron que empresas tecnológicas tuvieran que controlar a sus fábricas en Asia porque contrataban a menores y explotaban a sus trabajadores.
Nuestro poder es menor que el de un gobierno, eso lo sabemos todos. Pero nuestras demandas pueden obligar a los de arriba a modificar sus acciones.

¿Nos quedaremos sentados mientras niños son bombardeados, librados a su suerte en una cárcel por cruzar una frontera ilegal o son convertido en soldados? Como ciudadanos de este planeta, no nos podemos dar ese lujo.

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