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No sé dónde escuché decir a alguien, hablando con autoridad cargada de ironía, que nuestra tierra, la Argentina, es un país de fantasía. Dejo librado a cada uno reflexionar sobre la verdad o el error de ese aserto.

Por mi parte, me puse a pensar que, alguien con idéntica autoridad y la misma dosis de ironía (lo que desde ya dejo asentado bajo protesta que no es ni remotamente mi caso) se pregunte si la nuestra no será también una ciudad, o quizás un pueblo grande como el que añoran algunos a los que se sindica de trasnochados, también de fantasía.

Motivos para pensar así existen y estoy convencido que se puede pecar de amarrete, pero nunca de exagerado, a la hora de afirmarlo. Dejando de lado, corresponde destacarlo, los rasgos imperecederos con los que contamos, y que resultan más que suficientes para transformarnos en un lugar de ensueño. Comenzando por nuestro río, que supo ser de aguas transparentes y que se cuenta entre los cinco o seis -a lo mejor exagero un poco- más largos del mundo.

Pero como en el caso de nuestro país, Colón es también, en grandes dosis, de fantasía en el sentido negativo de la palabra. Ya que se dan cosas de no creer. Como por ejemplo el servicio de recolección de residuos domiciliario, como con un enfático tono burocrático se lo de designa, en el que se supone que para acelerar el trabajo, en algunas calles sino en todas, haya un trabajador municipal que se anticipe al paso del camión recolector, vaciando de bolsas de basura los cestos de las veredas que los vecinos utilizan, para colocarlas sobre el variopinto afirmado de las calles. Para alegría de algún perro que puede entretenerse abriendo alguna de ellas y el desagrado de algún vecino ante el repelente espectáculo que ello significa. Todo lo que nos hace temer que, a pesar de ser Colón la ciudad entrerriana con mayor número de barrenderos por cápita, ella se vuelva cada vez más descuidada y sucia.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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