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Mujeres bravas han existido siempre. Aunque algunas de ellas hayan resultado domadas, como lo demuestra una obra de Shakespeare, aunque en ella hable de "fierecilla". De los varones mejor no hablar. Aunque no son tantos como los que así se muestran. Y hay muchos más domados de los que uno se imagina.

No sé por qué mi abuelo me decía que lo peor era cuando ese tipo de mujeres, unía a esa fuerza de carácter su baja estatura. Algo, que según él, llevaba a una mezcla temible, sino explosiva. Algo que, según mi leal saber y entender, no se da en el caso de los varones, entre los cuales, si les falta de altura, lo compensan tan solo con poses de atropellador agrandado.

Dentro de la categoría de mujeres bravas, existe una peculiar que se conoce como "damas de hierro". Forma de dar a entender que en un guante de seda esconden un puño de acero. Tal el caso de la canciller alemana Ángela Merkel. Y hasta cierto punto de Margaret Thatcher, aunque en su rostro estaba ausente siempre una sonrisa.

Pero entre las damas de hierro son todavía más de temer las que no sonríen, sino que ríen a boca entera y abierta. Como es el caso de la vicepresidenta del gobierno español, Soraya Sáenz de Santamaría.

La que acaba de ser designada para poner orden en una Cataluña, dividida entre independentistas que gritaban mucho y quienes por no serlo, permanecían callados, hasta que el miedo a tanta locura los sacó a la calle.

De donde a doña Soraya, mujer brava y petisa, de sonrisa abierta a la que alguien ubica entre ese calificado grupo de las damas de hierro, le va a tocar "bailar con el más feo", porque siendo ella de sexo y género mujer hasta los tuétanos, no la imagino sino bailando con un varón.

De donde junto a mis deseos que pueda sofrenar tanto desvarío, no está demás esperar que nuestro mundo se llene de Sorayas, que hagan compañía a las Ayelén, Jessicas o Dainas.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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