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Situémonos en un tiempo un tanto lejano en el cual el siglo XIX apenas pasaba su primera mitad, aún se podía sentir la reverberación de los cañones y la artillería que en Caseros pusieron fin a una dictadura oligárquica y ultra conservadora paralizadora del crecimiento del país, que subyugaba a 13 provincias a los deseos y menesteres de una sola: Buenos Aires. . .

Una sola de las catorce fue la que dijo basta a tanto abuso, vergüenza y despotismo; era el tiempo en el cual los pactos se debían cumplir.

Era imposible que el estado de cosas que agobiaban al país persista más tiempo, el Pacto Federal de 1831 y su hija dilecta: la Santa Confederación debían dejar de ser una simple entelequia rupestre para alcanzar los formatos propios de una república federal.

Como entre las provincias solo una se animó a decir basta, solo un federal se dispuso a poner fin a la dictadura.

Este federal fue Urquiza, el Washington de la América del Sud, como le llamaron con justicia los hombres de la Generación del '37.

La organización nacional era imperiosa, ni los intentos de algún gobernador norteño erigir en Poder Ejecutivo Nacional a Rosas o la Carta de la Hacienda de Figueroa eran suficientes para detener un movimiento liberal y federal como el desatado por el pronunciamiento del 1° de Mayo de 1851 en la muy hidalga Concepción del Uruguay.

Luego vino la organización constitucional en 1853, nunca más certero fue el discurso del general Urquiza que leyera Juan Francisco Seguí en la apertura de la Convención Constituyente, en el cual expresaba que la Bandera Nacional tenía lugar para catorce estrellas y más también, siendo imposible que alguna se eclipse por sobre las demás. Mensaje muy claro y determinante hacia la Buenos Aires secesionista.

Con las líneas que precedieron podemos entrar de lleno en el tema que nos atañe, en el Urquiza presidente de la Confederación con su gobierno un poco en su domicilio particular y otro poco en Paraná, con un Entre Ríos federalizado y bajo su control inmediato.

En ese estado de situación los argentinos asistimos a un hecho a todas luces singular: un presidente argentino que evita una invasión a un país latinoamericano.

Corría 1852, Paraguay recibe a Mr. Edward Hopkins como agente especial del gobierno estadounidense ante Asunción. Hopkins decide crear una sociedad (la UnitedStates and Paraguay Navigation Company) con Carlos Antonio López (el dictador paraguayo del momento) para explorar el país, sus recursos naturales, su geografía y las posibles vías de navegación. Para esto un pequeño barco estadounidense (el WaterWicht) recorría las costas del Paraná y el Paraguay, lo cual no fue tan bien visto por López.

En el Siglo XIX, era muy común los viajes de exploración que las potencias económicas efectuaban hacia nuevas tierras, con los fines de encontrar nuevas especies vegetales y animales para introducir al comercio, combustibles y minerales también eran objeto de la búsqueda.

Carlos Antonio López denuncia como violatorio a la soberanía paraguaya la incursión fluvial pese a que estaba pactada de antemano al constituirse la compañía de exploración.

La soberanía fue ayer, hoy y siempre el cemento perfecto para amalgamar intereses difusos cuan no viles a los efectos de hacerlos populares como acto de gobierno.

Soberanía, Patria y otros vocablos siempre subrepticiamente conllevan la ejecución de otros actos eternamente destinados más a la satisfaccióndel interés de particulares que los de la ciudadanía que plebiscita el ardid.

El caso paraguayo no iba a ser diferente: López y Hopskins habían tenido una desavenencia en el reparto de ganancias de la empresa, con lo que decide atacar la nave norteamericana en un combate desigual entre Paraguay y una nave indefensa (destinada a fines científicos). En la escaramuza falleció una persona: el timonel del WaterWicht.

El ataque traicionero a una nave norteamericana no iba a ser olvidado con facilidad. Estados Unidos reclamó como indemnización un millón de dólares (una cifra contundente para la época), y Paraguay se negó a pagar, con lo cual -luego de frenéticos debates e iracundas diatribas-, a finales de 1857, el seno del Congreso norteamericano aprueba la invasión a Paraguay.

Una nave que desarrollaba una misión científica bajo el pleno patrocinio del gobierno estadounidense era un ataque a la mismísima Unión Americana según los conceptos de la época.

En los primeros días de enero de 1859, comienzan a navegar por el Paraná las naves estadounidenses, con más de 24 mil soldados con una sola misión: hacerse con el control de Paraguay.

La noticia del arribo de las naves no tardó en llegar a Paraná, y Urquiza se dispone a efectuar una mediación entre Paraguay y los Estados Unidos de América.

El Ilustre Entrerriano entendió una cosa: esas naves significaban la entrada en el Plata de EE UU el cual estaba ejerciendo el poder como incipiente potencia mundial, hecho que hubiera significado una terrible desestabilización política en la región. Para Urquiza era menester impedir a toda costa la invasión del Paraguay para lo cual llamó al Juez Bowlin (quien comandaba la flota invasora en representación de James Buchanam, presidente demócrata de la Unión) para ver de qué forma se frenaba una guerra a milésimas de estallar.

Tomás Guido, diplomático de la Confederación, debió lidiar con la tozudez de López en Asunción quien luego de muchas negociaciones terminó aceptando la paz con EE UU. No es un detalle menor que Paraguay le debía a Urquiza dos favores nada pequeños: el reconocimiento a su independencia y la libre navegación internacional del Paraná.

Mientras tanto la flota americana compuesta por 18 buques, con 191 cañones, 257 oficiales y los 24 mil soldados al mando del comodoro William Schubrick, esperaba impaciente en Rosario el resultado de la negociación trilateral.

Las negociaciones dieron sus frutos y Urquiza consigue la paz. En el Palacio San José se realiza un baile de gala para homenajear a los diplomáticos norteamericanos y he aquí un hecho curioso: el presidente argentino le entrega al juez Bowlin su sable (el que usó en Caseros) como regalo al presidente de los Estados Unidos de América.

Hoy a las luces de la historia la imagen de Urquiza se engrandece día a día al profundizar sobre el estudio de su persona y su legado, haber logrado que EE UU no invadiera al insignificante Paraguay y que le condonasen la deuda a la Nación guaraní es ciertamente remarcable.

El Paraguay de los López esta vez se salvó de su aniquilamiento y su conversión a colonia pero no por mucho tiempo más, este país es cierto que poseía avances tecnológicos meritorios, más o menos los mismos que iba incorporando el Brasil a instancias del Vizconde de Mauá o el nuestro con Urquiza y Mitre pero es innegable que era una dictadura en donde la legislatura era elegida por el dedo de López y él era a su vez presidente vitalicio.

Pido a mis lectores que no se dejen obnubilar por el revisionismo hipócrita de unos pocos que sepulta la figura de Urquiza quien en esta ocasión fue el Saavedra Lamas del Siglo XIX, y no crean tan a pie juntillas esa historia del Paraguay "industrial y libre frente al mundo", las obras son a los regímenes dictatoriales una pátina dorada, una leve galvanización brillante pero con muy poco "tallar" podemos avizorar la vil composición material que se intenta camuflar.


(*) Nació en Concepción del Uruguay en 1987, ciudadano de Villa Elisa, radicado en Capital Federal.

Abogado egresado de la Universidad de Concepción del Uruguay.

Asesor de la Secretaría General del Bloque Cambiemos - UCR de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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